Por Fernando Clavero ()
La Habana.- La Serie Nacional de Béisbol es una vergüenza y cada día que pasa va a menos, como reflejo de un país en crisis total, donde lo único que verdaderamente interesa es sobrevivir. Y no es un asunto puntual de esta temporada, aunque la situación ha empeorado.
Hace más de una década, a finales de abril de 2012, fui el único que se alarmó cuando el equipo de la Isla de la Juventud se prestó para que Alfredo Despaigne rompiera el abrazo en los jonrones con José Dariel Abreu, en momentos en los que ambos estaban abrazados, pero el cienfueguero, que no alineó ese día, tenía menos veces al bate.
El pitcher Alesky Perera le regaló un lanzamiento en el Cristóbal Labra, que Despaigne conectó y que los jardineros rivales no fueron a buscar hasta que Despaigne le dio la vuelta al cuadro. Nadie tomó cartas en el asunto. Ya la serie venía cuesta abajo, pero a partir de entonces todo fue a peor.
Hace unos días, uno de los más grandes relatores y comentaristas de la televisión cubana, René Navarro, dijo que no se deberían permitir partidos de béisbol sin personas en las gradas. Y no es que no se deberían permitir juegos, sino que la serie debería desaparecer, porque no cumple objetivo alguno jugar a estadio vacío, en instalaciones feas, con la hierba quemada, con nubes de polvo tras cada acción en el campo, con huecos enormes en el lugar donde cae el pitcher y donde se colocan los bateadores. ¿Será la mano del bloqueo?
Nadie acude a los estadios. En los partidos que pasan por la televisión se ve la totalidad de los asientos vacíos, como resultado de una abulia generalizada con el deporte, y en especial por el béisbol, que muchos no se pueden explicar.
Hace unos años, unos 15, en una conferencia de prensa en el Salón Adolfo Luque, del estadio Latinoamericano, un periodista e Higinio Veélez se engarzaron en una discusión sobre qué era lo más importante de la serie que comenzaría en breve. El periodista le decía que era la afición y el ya desaparecido dirigente insistía en que eran los peloteros y los árbitros.
Higinio Vélez estaba equivocado. Los jugadores son importantes, pero el público lo es más. Ningún torneo de ningún deporte, se puede jugar sin público. El público da alegría, vistosidad, seriedad. Si no hay aficionados, es como una práctica y nada más.
Por eso el fútbol, el béisbol de Grandes Ligas, la NBA… cuidan su campeonatos. Y a pesar de las entradas, a veces extremadamente caras, los estadios se llenan. Un partido de cualquier deporte no se puede convertir en un mero trámite, para saber quién ganó o quién perdió. Hay que verlo como un espectáculo, en el que hay que complacer a alguien y ese alguien, la afición, tiene que tener motivaciones para asistir a los estadios.
Eso sí, además de las mencionadas pésimas condiciones de los estadios, de lo feo que están los uniformes, del pésimo trabajo de los directores, de la escasa calidad de los jugadores, con pitchers que no superan las 90 millas, la guapería de unos y otros, también hay serios problemas con el cuerpo de árbitros, pésimos desde los que dirigen hasta los que actúan sobre el campo.
Y para colmo, poca seriedad entre los participantes. Hace unas horas se decidieron los ocho clasificados a la segunda fase de la presente temporada. Guantánamo intentó entrar a última hora, luego de conseguir la primera barrida en muchos años sobre Santiago de Cuba, que se dejó ganar. ¿Y saben por qué? Porque no interesa nada, porque los números no importan, porque los peloteros, que deberían actuar como profesionales, están muy lejos de serlo. Y porque ganar o perder no aporta nada. O sí, porque tengo mis dudas sobre posibles coimas, algo que ya pasaba desde hace muchos años.
La pelota en Cuba es un desastre total. Y tal como fueron desapareciendo los estadios de campos, los terrenos en las comunidades, en los bateyes de los centrales, deberían demoler cada uno de los estadios de provincia, enviar a los peloteros para sus casas, y dejar sin trabajo a los que dirigen. Porque para hacer algo que no sirva, mejor no hacer nada.
La culpa de todo es gubernamental. Fue el gobierno, con sus políticas erradas, el que acabó con el béisbol en Cuba. Fue el castrismo el sepulturero, y para eso utilizó a personajes tristes como Reinaldo González, Humberto Rodríguez, Cristian Jiménez, Osvaldo Vento, Higinio Vélz, César Valdés y muchos más, que desde sus puestos directivos hicieron todo lo posible por enterrar el pasatiempo nacional.
Si como país, se necesitarán muchos años tras la caída del castrismo -que ocurrirá en cualquier momento- para estar a la altura del mundo, para el béisbol será una tarea titánica, casi imposible. Y entonces tendremos que lamentar todo el tiempo perdido, todos los espacios regalados, el haber permitido que otras naciones del Caribe, que históricamente estuvieron detrás, nos hayan adelantado.
Esas son las consecuencias.