Por Andrea Rinaldi (Tomado de las redes sociales)
La Habana.- ¿Creo que no hay nadie que no haya oído hablar de Ulises? ¿Sabías que en Odisea existe una de las escenas de amor más hermosas y conmovedoras de toda la literatura? ¡Y no, no estoy hablando de Penélope!
Sé que hoy está de moda decir que Homero es el cerebro de la «masculinidad tóxica», pero ¡este autor nos ha dejado una de las escenas de amor más conmovedoras jamás escritas!
Verás, la historia de Ulises es una historia de viajes, de aventuras, pero sobre todo la historia de un hombre que desea una cosa por encima de todo: ¡ir a casa! Y finalmente después de veinte años Ulises regresa a su querida Ítaca.
Este es uno de los momentos más intensos de toda la Odisea: Ulises ve su ciudad, ve a su hijo Telemaco que ahora se ha convertido en un hombre. Y en ese momento es atropellado por una moto de nostalgia, porque se da cuenta del tiempo volado. Sin embargo, Ulises se disfraza de mendigo para no ser reconocido por los Procs que usurparon su trono.
Entonces, ¿qué pasa? ¡Que nadie lo reconozca!
Su hijo no lo reconoce, su esposa no lo reconoce, ¡su gente no lo reconoce! Todo el mundo sólo ve sus vestidos de encaje, su pelo inculto y lo confunde con un «viejo mendigo». Sólo uno, entre todos los Ítaca, lo reconoce: Argo, su perro. Verás, para un perro puedes ser un príncipe, un rey o un mendigo, un perro te ama de todos modos. A Argo no le importa nada la apariencia de Ulises, no le importa lo que lleva puesto, cómo se ve, ¡solo necesita escuchar su voz para reconocerlo! Y poco después él muere.
Aquí, recuerdo que cuando leí esta escena por primera vez me conmovió. Argo había guardado su último aliento para Ulises. Y sí, una era de relaciones de tirar y tirar, te dirán que no hay nada tan extraordinario en esta escena. Por qué cosas como la amistad, la lealtad y el amor que sobrevive a la distancia son incomprensibles en una sociedad que ha hecho de la ausencia de conexión una moda.
Es por eso que en un mundo tan cínico como el de hoy, espero que tengas a alguien que te ame no por lo que eres, sino por quién eres, y que te mire a los ojos con la misma devoción que Argo tenía por Ulises.