Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Morir en Cuba es fácil. Ahora mismo es más fácil morir en la isla que en cualquier otro lugar del mundo. La parca tiene mil razones para llegarse hasta la isla caribeña y llevarse a los cubanos por montones, porque no hay nada que pueda hacerle resistencia.
Ayer, las funerarias de Santiago de Cuba estaban colapsadas. No cabían los cadáveres en las capillas y tampoco había en qué moverlos, porque eso es otra cosa: te puedes morir pero lo que viene después para los familiares es una odisea total, y en estas cosas de muertos y servicios fúnebres, los santiagueros van a la cabeza.
El martes murió un hombre y a pesar de las llamadas de la población, de los vecinos, para que fueran a recogerlo, porque el cadáver seguía en el mismo lugar donde «estiró la pata», no fue nadie por allí en unas 12 horas, y todos sabemos que en Santiago de Cuba hace mucho calor y que el cuerpo se puede descomponer. (Ver vídeo acá: ())
Hablo de la misma ciudad en la cual, en menos de una semana, se cayeron dos féretros de un carro fúnebre. A ver, hay cosas que aunque nadie quiere que pasen, pueden suceder, porque una puerta se le queda abierta a cualquiera, por ejemplo, pero que pase en dos ocasiones consecutivas, casi en días seguidos, habla muy mal de los encargados de esas labores, que escogen para el referido trabajo al primero que aparezca.
A los choferes de los carros fúnebres les piden la licencia y punto. Y les da lo mismo si van a manejar el vehículo en camiseta o chancletas -y esto no es ficción-, lo que importa es que lo haga, porque ese es el mismo carro que usan después para recoger un regalo que le consiguieron al director de Comunales en otro municipio. Funciona así, con pruebas.
Para ponerle la tapa al pomo, hace unas horas también, un carro fúnebre dejó la vía y cayó directo al río Damují, en Cienfuegos. No se saben los motivos, pero testigos presenciales dijeron que el chofer «iba demasiado contento», y que, por suerte, salvó la vida porque alguien que pasaba por allí en ese momento lo rescató, mucho antes de que llegara una grúa para sacar el vehículo.
En La Habana, en la funeraria del municipio Playa, la de 70 y 29, no había bombillos. Los familiares dejaban los muertos en la capilla correspondiente, y todos se amontonaban fuera, porque todos los salones están oscuros.
La historia es larga. Pero solo me estoy refiriendo a lo más llamativo de los últimos días, porque si se hace una recopilación de todo lo que ocurre, la lista podía ser interminable, e iría desde la ausencia de vehículos para transportar cadáveres, lo que ha obligado a hacerlo en camiones, tractores, bicitaxis, coches tirados por caballos -y no precisamente en las hermosas carrozas de antes, como en la que llevaron, por ejemplo, el cuerpo de la reina de la salsa, Celia Cruz- sino en artefactos rústicos en los cuales resulta vergonzoso llevar el cuerpo de un ser querido.
Lo que ocurre con las personas cuando mueren, en Cuba, es una muestra más de la ineficiencia de un gobierno que durante seis décadas y media ha querido controlarlo todo y ha terminado por acabar con todo. En la Cuba de Díaz-Canel, que sigue siendo la de los Castro, escasea hasta lo más elemental, nada se hace con los protocolos requeridos, y si fácil es morir, por la falta de alimentos, medicinas y salubridad, entre otras cosas, después de muertos los cubanos les crean tantos problemas a sus familiares que a veces pienso que sería mejor que cada uno tuviera su cementerio propio, en la parte de atrás de la casa.
El comunismo ha acabado con Cuba, y el castrismo, en su versión única y empeorada, acabará con los cubanos poco a poco. Vivir para ver.