EL PRECIO QUE PAGAMOS LOS CUBANOS

ARCHIVOSEL PRECIO QUE PAGAMOS LOS CUBANOS

Por Luis Rodríguez Pérez

Quivicán.- El mundo es como una gran tienda de confituras de colores. Y nuestro pueblo es un niño, un niño inocente y pobre, que aplasta su cara contra el estante de vidrio.

A nuestro pueblo, nuestro niño inocente y hambriento, no le importa su libertad; los niños dan perreta, cuando quieren comer.

Nuestro padre fue nuestro único verdugo.

-Tiren la bomba atómica -dijo papá, hace muchos años y desde un soviético refugio.

Y nosotros, lo aplaudimos.

Papá se volvía más malo y nosotros no lo entendíamos.

-Conmigo, todo; fuera de mí, nada -nos dijo.

Y nosotros lo aplaudimos.

Muchos de mis hermanos mayores murieron en otros bosques. Papá, desde su cuarto climatizado y entre sus colas de langosta, los mandaba uno a uno.

Y nosotros lo aplaudimos.

Otro día, papá, se apareció con un listado de alimentos.

– Aquí está -dijo- lo único que van a comer.

Y al hambre racionado, papá nombró: Libreta de «Abastecimiento».

(Hoy día, no es así; aunque seguimos sin huertas ni monedas, nos manda a «guapear» la comida.)

Sucede así, con los pequeños: mientra más malo es el padre, más lo quiere el niño.

Como papá era el rey de las causas perdidas, colgaba ufano en su cuello las medallas que ganaron mis hermanos en algún deporte.

Yo recuerdo que papá siempre estaba endeudado, en cambio, a la casa venían periodistas, diputados; y papá les daba dinero. Fíjense si es así, que el señor Borrell, hecho ya un viejo, vino hace poco por casa. Yo los sentí discutir.

-Esta es la última ¡Déjenme vivir en paz! -gritaba, el viejo.

En cambio, Manu Pineda venía y se iba siempre alegre. Ahora no sé qué pasó con él, algo malo hizo, porque escuché cuando mi padre le dijo por teléfono:

-¡Maricón, te dejaste vencer!

¡Qué curioso! Un día mi perro, cuando era un cachorrito, huyó chillando, perseguido por una gallina. Hoy, mi perro es enorme (más grande que yo) y aún le tiene pánico a las gallinas. ¿Será que eso sucede también con los hombres?

Mi hermano, el más digno, el más valiente, el que siempre me hace cuentos de libertad, hace poco se le reviró al viejo. Mi hermano protestó y, como hace mi perro por las noches, hasta le enseñó los dientes. Tantos golpes recibió y aún recibe de papá, que los vecinos se horrorizaron.

-Es un hijo muy malo -se justifica papá- es un delincuente.

Yo no sé mucho del mundo, sólo soy un niño, pero me doy cuenta de que lo que padre criticaba con emoción desmedida, es lo que ahora le aplaude a su amiguito ruso.

La verdad, yo ya no quiero a papá, ni lo quieren mis hermanitos.

¡ MIL VECES, LIBERTAD!

Check out our other content

Check out other tags:

Most Popular Articles

Verified by MonsterInsights