EL DIFÍCIL CAMINO DE EMIGRAR

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Por Adalixis Almaguer
Miami.- Hoy, hace 20 años, nací por cuarta vez. Me alumbré a mí misma, con los dientes me abrí paso en el vientre de la isla hasta que salí. Con las uñas fui haciéndome un camino por el canal de parto que es el aeropuerto de Santiago hasta que respiré por primera vez la libertad, con ese apremio del aire cuando te estrena los pulmones, con la seguridad de que respirar es la misma palabra que la imperiosa necesidad de vivir.
Recuerdo el caserón apartado de la ciudad y el silencio. Una luna llena enorme recortándose en el cielo oscuro y todo lo demás escondido en la noche por el escaso alumbrado público. El silencio cuando el dolor y la incertidumbre te tapan la boca y no hay nada que diga por qué uno llega a lo desconocido con la misma terrible indefensión del recién nacido, pero careciendo en la mayoría de los casos de la red de protección familiar. No hay leche maternal esperándote hasta que tu sistema digestivo aprenda a comer. No hay brazos que te carguen hasta que tu sistema motor aprenda a caminar. No hay quien adivine tus necesidades hasta que de balbuceo en balbuceo aprendes a hablar el idioma.
Es nacer y tragarte de un bocado la infancia, la adolescencia, la primera juventud, abrir los ojos y tener delante la responsabilidad de encaminarte y encaminar a los tuyos. No importa que edad tengas.
Los que se quedan detrás gravitan en la misma estéril y absurda cotidianidad en la que los dejas. A ti te toca aprender a vivir en un curso express y sin maestro. Que cambias, ¿qué no eres la misma? ¿Y cómo esperan que no lo hagas y sobrevivas en circunstancias totalmente diferentes? No es la coca cola del olvido, se llama exilio y no olvidas tanto.
Hay quienes se creen el mito de que emigrar es lo mejor que te pudo haber pasado. Y sí, hasta cierto punto lo es y ahí están los privilegios que ganas para demostrarlo. Pero es un camino difícil el empezar de cero. Difícil y triste. Triste como solo puede ser el cortar el cordón umbilical que te unía a tu aldea, a tu profesión, a tus amigos.
Hay quienes pueden dejar de pensar y encerrar sus preocupaciones en los triviales misterios del consumo y lo que se lleva en la temporada, la cartera de moda y los zapatos que se puso no se quién, el carro del año y las vacaciones en Cancún o Punta Cana . Bienaventurados sean.
A otros, Cuba se nos queda enterrada entre los ojos con toda su profanación y su pena, violentada y con toda su miseria de carnaval surrealista.
Pudiera hacer un libro. Las páginas del desamparo, y los cumpleaños a solas. Las páginas de los sitios nuevos, la felicidad con la que crecen los hijos. Las páginas de los que se te van de aquel lado sin una despedida, sin haberlos vivido porque te fuiste. Las páginas de toda la gente linda que vas encontrando. Las páginas de cómo te reinventaste a los 30 sin el título por el que tanta hambre pasaste en la Universidad de Oriente. Las páginas de las fotos que se ponen amarillentas allá en una gaveta en la casa de tu madre junto a todo lo que ahora guardas en los bolsillos.
¿Volvería a hacerlo? Sí. Desde que mi hija llegó un día del Círculo Infantil contándome que le habían dicho que ella debía decir que quería ser como el tres pesos no me queda ninguna duda.
A esta tierra que me dio la oportunidad que me negaron en el valle intramontano de Managuaco: gracias.

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