Por Carlos Cabrera Pérez, especial para El Vigía de Cuba
Madrid.- Quizá fatigados por la larga espera y ante el espejismo de que la dictadura más vieja de Occidente se derrumbará pasado mañana, cubanos opositores saltan precipitadamente, apostando a un diálogo erróneo, mientras La Habana permanece enrocada en su baldía resistencia creativa y tratando de ejercer el tumbe a trote y moche, para espantar el miedo y la desmoralización que la corroe de arriba abajo.
Lamentablemente, a lo largo de la historia de Cuba los cambios han implicado sangre, represalias e injusticias y, la primera obligación de los opositores políticos, es neutralizar la criminal orden de combate dada por el tardocastrismo, tras el susto del 11J, sabiendo que los actuales usufructuarios del poder -especialmente la camarilla de cadetes y camilitos prosirios- están viviendo en moneda dura y preferirían un baño de sangre a negociar su salida del poder.
Aquellos incautos y posibilistas políticos que aún creen en los Reyes Magos, debían detenerse en la reacción del régimen ante la iniciativa estadounidense para favorecer a pequeños y medianos empresarios privados. La misma de siempre, atrincheramiento, amenazas veladas a los posibles beneficiarios; y la búsqueda de rendijas para posicionar a combatientes disfrazados de cuentapropistas para captar dólares en instituciones financieras norteamericanas.
La táctica USA consiste en creer que la acumulación cuantitativa de cambios económicos provocaría el salto político cualitativo, tesis marxista que se ha estrellado en China y Viet Nam.
Si el castrismo expropió sin miramientos a legítimos propietarios del capitalismo próspero y desigual que vivió Cuba hasta 1959; incluidos aquellos despistados y racistas que financiaron su propia decapitación, ¿cómo pensar que va a tolerar que cuentapropistas se conviertan en soldados de lo que Raúl Castro llamó Carril Dos, en el ya lejano 1990?
La pandilla anticubana que ha destruido a la nación siempre ha optado por tirar del mantel; llevándose por delante vasos y platos, como hizo con la avalancha de Mariel contra el afloje de James Carter, con el asesinato de cuatro cubanos en el derribo de las avionetas de Hermanos al rescate y la ola de balseros, ante el aproche de Bill Clinton y el portazo al embullo pasajero que propició Barack Obama.
Si la dictadura más vieja de Occidente tuviera la más mínima voluntad de diálogo, podría haber liberado a los presos políticos del 11J, una señal que sería acogida positivamente por la oposición, Washington, la Unión Europea y el Vaticano, pero la real intención era desterrarlos, no liberarlos para que volvieran a sus casas y, desde entonces, solo ha incrementado el número de presos con participantes de protestas posteriores y endurecido su execrable Código Penal.
En 65 años, el castrismo solo ha asumido reformas parciales y que no tocan las bases del totalitarismo, cuando la gravedad de la crisis lo ha dejado sin alternativas, como ocurrió tras el Mariel; al que respondieron con el quinquenio de Humberto Pérez (ya hoy en la oposición socialdemócrata), ante el desmerengamiento del comunismo y luego del Maleconazo; empeño que frustró la aparición de Hugo Chávez en formato Made in URSS. La noria eterna en que convirtieron la Tarea ordenamiento es la mejor muestra de los reparos a reformar al menos la economía, pese al sufrimiento que inflige a la mayoría.
Otro factor para ponderar es que en todos los tránsitos de dictaduras a democracias, el protagonismo ha correspondido a los adentrinos y no a los afuerinos, que han contribuido al cambio, pero conformándose con asumir el papel de leales compañeros de viaje.
Si buena parte de la oposición no ha conseguido siquiera dialogar con todo el espectro político internacional; incluidos aquellos que reciben financiación transparente y legal de Estados de derecho, ¿cómo conciben que La Habana va a concederles cinco minutos de su escaso tiempo?
Si buena parte de la oposición no ha conseguido movilizar a la plural emigración cubana; interesándose por sus dificultades y anhelos, que son muchos y no todos políticos, ¿cómo conciben que La Habana escuche sus reclamos en torno a una mesa de diálogo deseable, pero inexistente?
La política, además de su lado escenográfico, es un trabajo que exige principios, honradez y la elaboración de una estrategia que marque el rumbo y defina objetivos y prioridades; corriendo el riesgo de ser rechazado por una parte, incluso la mayoría del potencial electorado; que ignora aún cómo la oposición resolvería sus problemas más acuciantes y que durante años ha estado sometida al lavado de cerebros del castrismo.
Por si fuera poco, la política también exige sensatez, sentido de la oportunidad; no del oportunismo, y la ejemplaridad de sus protagonistas, que rara vez se consigue con matrimonios de conveniencia o ir saltando de cama en cama hasta coronar; alejándose de la masa que aguarda y espera a que llueva café en el campo, pero repudia comportamientos deshonestos, como la de sus actuales dirigentes.
La única respuesta democrática posible a la dictadura es movilizar a una mayoría de cubanos para exigir cambios y derechos; el resto son serpentinas para las glorietas y para eso ya tenemos a los prebostes de La Habana, que han hecho del analfabetismo político, la guapería y la mendicidad disfrazada de solidaridad, su ideología temporal e intercambiable por el credo de cualquier despistado que les suelte unos fulas para aliviar el tránsito del comunismo al capitalismo de piñata y rifas del guanajo.