Por Kathy Eisenring ()
Basilea.- Imaginen que Marianao es otro país, no sólo un municipio sino otro país. Ahora imaginen que el Cotorro lo es también. Es decir, ambos barrios son parte de dos países diferentes que colindan con La Habana. Pues eso es Basilea, la ciudad en que vivo.
En 15 minutos en tranvía estás en una ciudad alemana, Weil am Rhein. En otros 15 o 20 minutos, también en tranvía, estás en una ciudad francesa, Saint- Louis. ¡Es aparentemente tan simple!
Hoy conversaba con una amiga del trabajo, que vive en un pueblecito francés fronterizo, y me decía que jamás tuvo la impresión de que realmente existiera ahí una frontera. Su padre, que tenía una finca, vendía sus verduras en Basilea cada fin de semana porque le pagaban más. Ella venía a las fiestas a Basilea cuando era adolescente, trabaja ahora en Basilea…
Son cientos y miles los alemanes y franceses que vienen a trabajar a Suiza ( todos de regiones vecinas) porque el sueldo es aquí considerablemente más alto.
También son cientos y miles los suizos que van a comprar a Francia o a Alemania porque es más barato.
¿Que por qué toda esta historia? Pues porque si bien Cuba es una isla, otra de las cosas que nos quitó la dictadura fue el sentimiento de proximidad, de vecindad, la identificación, las similitudes. Si ya es difícil llegar de La Habana a Matanzas y se pasan horas de trayecto, mucho menos es conocer, ver, vivir países vecinos. Nos cortaron esos lazos naturales, nos arrojaron a un aislamiento terrible, equivalente a habitar una dimensión diferente.
Ya sabemos de los ferrys Habana-Cayo Hueso, e incluso la historia nos enseñó de la peor manera que hasta unos terroristas cubanos podían ir a comprar un yate en México. Y traerlo a Cuba para nuestra desgracia.
La primera vez que estuve cerca de una frontera terrestre fue aquí en Basilea. Uno de los puntos fronterizos de control entre Suiza y Francia. Sabía que no podía pasar del otro lado, mi vida era sólo para Suiza, así que con toda mi inocencia le pedí al joven de la garita si podía pararme sólo un momento del otro lado de la línea divisoria.
Me miró, sonriendo, convencido de que era un chiste. Le expliqué que era cubana y que era mi primera frontera visible, ‘palpable’.
Y me dejó pasar.