Por Hermes Entensa ()
Núremberg.- He recibido varios mensajes al privado diciéndome que estoy siendo injusto con un grupo de intelectuales que sí han alzado su voz en medio de la oscuridad de Cuba.
Es cierto; hay un número de seres luminosos, artistas, pensadores, intelectuales honorables que no se han quedado callados ante los desmanes de la maquinaria y que, por supuesto, sufren represión diariamente.
Mi escrito fluye, dando por sentado de que existen, y hacia ellos va todo mi respeto y admiración.
Pero uno lleva al otro como el efecto dominó: La mayoria de los artistas, escritores y gente de la cultura, mira de soslayo y baja la mirada frente a los valientes.

Tampoco estoy quitándole la importancia al pueblo, todo lo contrario, pues el mecanismo perfecto, con total sincronía, debe ser el pensador y el artista –que son parte del pueblo– en función de ser voceros de las cuitas populares.
En Cuba, en los grandes estallidos sociales ha sido el obrero, la gente humilde que ha representado dignamente al país, y hacia ese conglomerado ecuménico y vital, debería estar encauzada la creatividad del arte y las demás disciplinas del humanismo.
He recibido otros mensajes donde me han comentado que estoy haciendo responsables del problema cubano a los artistas. Error, no son los culpables; aunque si callan y evaden sigilosamente el meterse en el problema, que es de todos, también están aportando un granito de carbón de piedra a la hoguera.
Si una misión debe tener el intelectual, para que sea respetable, es ser partícipe del momento histórico que vive, ser vocero del humilde, del leñador, el cocinero, el campesino, la joven enfermera, la madre encabritada, la muchacha que reparte el agua en el cañaveral, del sufrimiento de niños y ancianos, de las tribus urbanas marginadas y/o satanizadas por su religión o proyección sexual, de los que se enfrentan honorablemente al abuso y la represión.
Si no defiende y se compromete con todos los matices sociales, ese intelectual ciego y mudo es una bazofia. Ese es mi criterio.