Por Pucho Oroza ()
Varadero.- En el siglo XVIII la comarca cardenense estaba plagada de plantaciones de café, azúcar, y sus habitantes vivían en armonía. Pero algo faltaba para una vida completa acorde a la época, un lugar para celebrar misa. En aquel entonces, para cumplir el precepto católico había que ir hasta la localidad de Guamacaro y asistir al Santo Sacrificio.
El viaje incómodo, en volanta, hizo que fuera mejor que el cura viniera a dar misa al sitio de Juan de las Ciegas. Así, a principio de 1816, los hacendados lograron la primera misa en ese lugar, a la que asistió Don Mateo de Souberville, emparentado con los Carrillos de Albornoz, y que comandaba una fragata que había llegado a Cárdenas. El lugar de la misa era cerca del embarcadero de La Siguapa, junto a la Cueva del Muerto.
¿Qué tenía de especial ese lugar? Pues la Cueva del Muerto, en la unión de las carreteras que vienen de Cárdenas y de Matanzas, a la entrada de Varadero, se hizo famoso, y la superstición llevó a tenerlo como un sitio místico, de mucho credo.
¿La razón? A finales del siglo XVIII y principios del XIX vagaba por las maniguas cercanas a Paso Malo, camino a Varadero, un hombre de raza blanca, con un breviario en la mano, que hablaba una lengua extraña. Don Jaime Roselló, mayoral de la finca de Carrillo, encontró al sujeto y al ver su vestimenta, hábitos y lenguaje, huyó despavorido, fomentando el terror en la zona.Este personaje místico, no era más que un francés, de apellido Duquesne, que huyó de Santo Domingo, República Dominicana, cuando la sangrienta revuelta racista en Haití de 1791, en la que su familia fue degollada, algo que afectó su psiquis. Con el permiso del Capitán General de la Isla, muchos haitianos llegaron al oriente del país y luego se diseminaron por todo el territorio nacional.
Una tarde de tormenta, en 1810, y luego de que hacía un tiempo no se avistaba al francés por la zona, para refugiarse de la lluvia, un grupo de viajeros encontraron en la cueva el cadáver de Duquesne y, junto a él, diversos objetos de piedad y de penitencia, sentado, en estado de putrefacción pero sin desprender mal olor, muerto. Un milagro que se regó en la zona y que todos querían ver.
El lugar llamó la atención de aquellas gentes, demasiado sencillas, a convertir el lugar en término de sus peregrinaciones, exvotos y cultos más o menos supersticiosos, algo que era muy intenso ya en 1815.
Después de celebrarse la primera misa en el lugar en 1816, un señor de apellido Rodríguez, vecino de Camarioca, prometió construir una capilla a aquel santo hombre, si ganaba la lotería, y ocurrió el milagro, pues sus números fueron premiados con cinco mil pesos. Pidió autorización, que fue denegada pero sí se construyó una verja y pavimentó la rotonda del lugar.
La devoción casi siempre supersticiosa a este lugar, fue aumentando entre el pueblo sencillo y poco instruido en religión; por eso se proyectó rectificar ese movimiento religioso, poniendo junto a ella las 14 estaciones del Vía Crucis en mármol blanco, y sobre la cueva una capillita dedicada al Santo Cristo.
Para 1949 ya estaba todo terminado; en consecuencia, se escogió el Domingo de Ramos del 10 de Abril para su solemne bendición, que realizó el Sr. Obispo de la diócesis, asistido por el Párroco Padre Lucio. Pocos meses más tarde se terminaba una casita para albergue desahogado de la familia de la Sra. Conchita Lombart de Pérez-Maribona, quién cuidaba de la Cueva y de la Capillita del Santo Cristo.
La Cueva del Muerto y su ermita son historia, una de las tantas que poco o nada se conocen y que forman parte del alma de esta tierra. Varadero fue y es, más que una hermosa playa.
