Tomado de MUY Interesante
Aunque par a algunos la muerte de Villa se trató de un crimen de estado, no hay evidencia que sea concluyente.
México DF.- Desde hace un siglo, apenas ocurrido el asesinato de Francisco Villa, entre la opinión pública se comenzó a difundir la idea de que se había tratado de un crimen político, lo que sus partidarios retomaron sin reserva, atribuyendo su muerte al presidente Álvaro Obregón, al secretario de Gobernación Plutarco Elías Calles y al secretario de Guerra Joaquín Amaro. Dada la palmaria intención del filovillismo es de engrandecer la figura del caudillo, resultaba más provechoso asegurar que el asesinato había sido ordenado desde el poder, que admitir que fue producto del rencor de un grupo de campesinos y pequeños propietarios que habían sido agraviados por Villa.

La mañana del 20 de julio de 1923 Pancho Villa, en compañía de su escolta, caería bajo las balas de un atentado en Parral, Chihuahua: la muerte alcanzaba al otrora poderoso general.ASC
El filovillismo no ha tomado como prueba de sus suposiciones más que algunos indicios de qué funcionarios de primer nivel estuvieron enterados del complot. Esto, sin embargo, no demuestra la participación del gobierno en calidad de autor intelectual ni mucho menos material, sino solamente que los funcionarios que estaban enterados se hicieron a un lado y dejaron que las cosas siguieran su curso. Lo que sí es un hecho comprobado, es que el asesinato fue planeado y ejecutado por un grupo de campesinos, pequeños propietarios y comerciantes del norte de México que no solo habían sufrido la pérdida de familiares a manos del caudillo, sino que además se sentían en permanente peligro. Si bien es muy probable que los generales Calles, Obregón y Amaro celebraran la muerte del hacendado de Canutillo, podemos afirmar que ni el gobierno federal, ni los de los estados de Durango y Chihuahua tomaron parte en la organización y ejecución del susodicho complot, pues hasta ahora no se ha localizado evidencia concreta que así lo llegue a demostrar.
Quienes participaron en el complot para asesinar a Pancho Villa no lo hicieron para obtener recompensas económicas ni políticas. Su única motivación provino del odio contra el caudillo norteño y del temor ante la amenaza que este siempre significó para ellos y la seguridad de sus familias.

Foto de tres de los conspiradores en el asesinato de Villa; los hermanos Saénz Pardo y José Barraza, la versión oficial calificó el caso como venganza más que cualquier asunto político.ASC
El último viaje del Dodge Negro
Eran las 7:45 de la mañana del viernes 20 de julio de 1923. Francisco Villa abordó su automóvil Dodge Brothers, modelo 1922, estacionado frente a su casa en la calle Zaragoza, en el barrio de Guanajuato, donde había pasado la noche con una de sus amantes, Manuela Casas. El caudillo se sentó al volante, su secretario, Miguel Trillo, ocupó el lugar del pasajero. En la parte trasera se sentaron cuatro hombres de su escolta: Daniel Tamayo, asistente de Villa, detrás de Trillo; el jefe de la escolta, Ramón Contreras, a la izquierda; Claro Hurtado, asistente de Trillo, y finalmente Rafael Medrano. Debido a la falta de espacio, el chofer Rosalío Rosales trepó en la salpicadera izquierda. Así, a las 8:05 de la mañana, el legendario caudillo dio marcha al sedán negro y condujo a velocidad moderada.
El automóvil avanzó hacia la esquina de la calle Zaragoza para doblar a la derecha, en la avenida Juárez, rumbo a la plaza del mismo nombre, es decir, directamente hacia los cuartos siete y nueve de la calle Gabino Barreda, donde estaba apostado un grupo de ocho hombres armados. Al verlo atravesar el callejón Meza, Juan López Sáenz Pardo, quien vigilaba a Villa, sacó de uno de sus bolsillos un pañuelo rojo con el que simuló limpiarse el sudor de la frente, lo que repitió varias veces indicando a sus cómplices en los cuartos que el general Villa va al volante.

Otra versión establece que el ataque se trató de una venganza perpetrada por algunos de los tantos enemigos locales que se hizo Pancho Villa durante los años de la revolución.AGE
El pañuelo rojo
Previamente, los complotistas habían acordado las señales que el vigía utilizaría para informar el lugar ocupado por Villa en el Dodge: “Si Villa venía en automóvil, y en el asiento delantero, se pasará por la cara un pañuelo rojo, y si venía atrás se quitará el sombrero simulando rascarse la cabeza”. Por lo tanto, cuando López vio a Villa, sacó un pañuelo y lo colocó en su frente con la mano izquierda para señalar que el caudillo estaba al volante. Al ver aquella señal, uno de los tiradores, Librado Martínez, exclamó: “¡El perro viene manejando!”.
Otro de los emboscadores, Jesús Salas Barraza, advirtió a sus compañeros que primero había que inutilizar al conductor del auto, pues “pegándole al chofer, el auto se estrellará y se vendrá encima, y podremos hacer fácil blanco en los de adentro”. Al percatarse de la señal de López, Salas dijo emocionado: “¡El ogro viene manejando!”. Los tiradores alcanzaron a distinguir a Villa, quien vestía una camisa caqui y platicaba alegremente con su secretario. El automóvil bajó la velocidad al acercarse a la esquina de la calle Gabino Barreda, donde la avenida Juárez topa con los cuartos, para tomar la curva y virar a la derecha. En ese momento, las puertas de dos cuartos se abrieron intempestivamente: Melitón Lozoya, Jesús Salas Barraza y José Sáenz Pardo salieron disparando sus rifles sobre el Dodge, mientras que el resto de los tiradores se desplegó sobre la calle abriendo fuego desde ambos costados. Salas Barraza le gritó a Villa: “¡Se lo llevó la chingada!”. Sáenz Pardo dijo que los tripulantes del vehículo se sorprendieron al verlos en medio del camino: “El vehículo fue dirigido contra nosotros por nerviosidad o por sospecha de lo que se trataba, y comenzamos a disparar cuando estuvimos a escasos 10 pasos”, recordó Jesús Salas, quien siempre negó que fuera una sorpresa: “Yo le grité [a Villa]: ¡Ahora sí jijo de la trompada, ya le llegó su día!… Y ni se movió del susto… ¿Por qué si era tan valiente se quedó clavado en el automóvil de puro miedo cuando le apunté con mi carabina?”. El fuego de los tres rifles impactó el vehículo de frente y por el costado izquierdo, destrozando el parabrisas. El chofer Rosales recibió un disparo en el pecho y rodó de la salpicadera para caer de bruces en el arroyo. Miguel Trillo recibió varias descargas en el tórax. El automóvil no completó la vuelta porque Villa murió al recibir el primer disparo en el pecho y soltó el volante. Según Salas Barraza, “la Fiera [Villa], cobarde, se puso las manos en la cara y las apartó después violentamente, como queriendo arrojarnos de su presencia con un ademán”.

Cuatro años antes (1919) sería asesinado Emiliano Zapata en una trampa organizada por el estado.ALBUM
¡A la fiera, apúntenle!
Los vecinos del barrio de Guanajuato que atestiguaron el asesinato comentaron que casi inmediatamente después de la primera descarga, vinieron otras dos, y escucharon una voz en medio de las detonaciones que gritaba: “¡A la fiera, apúntenle…!”. El Dodge, fuera de control, impactó un fresno que estaba frente a la casa vecina a los cuartos, torciendo la defensa y rompiendo el fanal y la salpicadera izquierda. El golpe dio al coche un nuevo impulso, desviándolo hacia el centro de la calle. Malheridos, Medrano, Hurtado y Contreras bajaron por la portezuela izquierda. Tamayo quedó muerto. Hurtado y Contreras corrieron hacia el puente de Guanajuato. En la carrera, Contreras alcanzó a matar Román Guerra. Hurtado se recargó en uno de los pilares del puente y murió desangrado. Gravemente, herido, Medrano se escondió entre los neumáticos del coche y comenzó a disparar hasta agotar sus cartuchos. Intentó recargar la pistola pero le faltaron las fuerzas debido al desangramiento, y optó por fingirse muerto. Por su parte, Contreras, quien había llegado corriendo al puente a unos 30 metros del coche, reanudó el fuego usando como parapeto una de las columnas, hasta que José Sáenz Pardo se acercó contestando las descargas, obligándolo a abandonar su posición. Contreras, sin más opción, saltó al río, corrió y logró salir de la rivera para refugiarse en la casa de la cual habían salido en la calle de Zaragoza.
El tiroteo duró poco más de tres minutos. Estaba hecho: los rifles y pistolas de los nueve tiradores habían consumido casi 150 disparos. Pancho Villa quedó muerto recostado con el lado derecho del rostro recargado en el asiento y la mano izquierda sobre la barriga, con varios proyectiles de distintos calibres en su cuerpo, incluyendo dos en la cabeza y uno expansivo que le abrió el pecho y le dejó el corazón “por completo hecho una papilla”. Así fue asentado en el informe de la autopsia. Volviendo a los ocupantes del auto, su secretario, instintivamente, alcanzó a dar un salto de su asiento para intentar la huida, pero su pierna izquierda se atoró en el muslo derecho de Villa, provocando que su cuerpo quedara colgando dramáticamente sobre la portezuela derecha con 11 disparos.

El cuerpo del general Villa fue trasladado al hotel Hidalgo para ser embalsamado y poco después se llevaron a cabo los funerales en la parroquia de San José, en Parral, Chihuahua.Getty Images
Las exequias
La autopsia a los cadáveres se realizó en el hotel Hidalgo, propiedad de Francisco Villa, y el dictamen pericial estuvo listo esa misma noche. Solo los cuerpos de Villa y Trillo fueron embalsamados. Por su parte, el rotulista Alfonso Bravo Herrera sacó unas mascarillas de yeso de los rostros del caudillo y de su secretario, que fueron expuestas en las oficinas de la redacción del periódico local El Martillo, y poco después enviadas a la capital de la república.
A los pocos días, la ceremonia religiosa se llevó a cabo en la parroquia de San José, y la encabezó el párroco Miguel Ramos. El duelo fue presidido por el general Eugenio Martínez, jefe de las operaciones en Chihuahua y compadre del caudillo, su hermano Hipólito Villa y el coronel Félix C. Lara, jefe de la guarnición de la plaza, quienes escoltaron el féretro, acompañados por un destacamento de soldados del primer batallón al mando del mayor Benjamín Reyes, de una banda de música que tocó marchas fúnebres de camino al panteón, seguidos por casi un millar de amigos, simpatizantes, exsubordinados y curiosos, la mayoría de los ahí presentes eran habitantes de la hacienda de Canutillo. El profesor Jesús Coello Avendaño pronunció unas palabras frente al ataúd. Después de los honores de ordenanza del ejército, el cuerpo del caudillo fue trasladado en una carroza tirada por dos caballos negros, propiedad del minero Pedro Alvarado, y sepultado en la fosa número 632 del panteón de Parral, Chihuahua.

Un maltrecho Dodge Brothers 1922 permanece como mudo testigo de lo que ocurrió aquel 20 de julio de 1923; con el atentado el ciclo de general Francisco Villa llegaba a su fin.ASC
La noticia del asesinato
La noticia de la trágica muerte de Francisco Villa se difundió rápidamente por todo el país, generando sorpresa entre la mayoría de los mexicanos, y fue ampliamente abordada por diarios locales y nacionales. Algunos se regocijaron por su muerte, debido a que lo consideraban un bandido y un asesino, para otros, Villa había sido un héroe revolucionario, por lo que lamentaron su violento final. En Estados Unidos, casi todos los periódicos publicaron en primera plana la noticia del asesinato. El New York World escribió: “Dotado de extraordinarios talentos innatos, se entregó con determinación a su meta, propia de un auténtico villano. No era tarea fácil y, sin embargo, la cumplió magníficamente. Para coronar su inconcebible villanía, no amaba a las mujeres, ni el tabaco, ni el vino: la de Villa era villanía por amor al arte”. El Pittsburgh Gazette Times consideraba que había tenido “un destino justo”. En Madrid, La Voz publicó que Villa había sido “el terror de los campos mexicanos”, al cual se le imputaban “crímenes y excesos de toda índole.” El Heraldo de Madrid anotó que Pancho Villa ya había abandonado su vida de aventuras; “pero quien siembra vientos es natural que recoja tempestades”.
La prensa dejó de seguir el caso de Villa apenas un mes después del asesinato. El presidente y su secretario de Gobernación no mostraron mayor interés en el atentado contra el caudillo. Sin embargo, algunos días después de la emboscada, el general Obregón expresó su molestia por las insinuaciones de los opositores de que su gobierno estaba involucrado en el crimen, a pesar de que su administración había brindado todas las atenciones y recursos al caudillo, incluyendo una escolta de 54 hombres armados de su confianza, pertrechados y pagados por la Secretaría de Guerra. El gobernador de Chihuahua condenó el crimen, temiendo que pudiera dar lugar a que Pancho Villa fuera visto como una víctima, y así engrandecido. En el momento de su muerte, Villa ya no tenía ninguna significación política ni militar, por lo que no hubo protestas ni levantamientos armados. Sus partidarios más fieles habían muerto o, simplemente, lo habían abandonado.
Desde la mirilla de nueve rifles, los complotistas vengaron la muerte de sus familiares y amigos. Más de un centenar de disparos cobró con la muerte de Francisco Villa los agravios contra millares de madres, viudas y huérfanos.