¿POR QUÉ SOY MARTIANO?

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Por Arnoldo Fernández
Contramaestre.- Martí es una constante en su obra, ya sea como investigador, cronista o gestor cultural. Es sabido que gracias a su empeño se dignificó el sitio del primer enterramiento del Apóstol, ubicado en el cementerio del poblado de Remanganaguas. Sin las posibilidades que implica ser parte de la Institución, ¿de qué forma canaliza la vocación martiana?
Martí es para mí una referencia importante desde el punto de vista ético y desde el punto de vista cultural. En medio de todas estas cosas que he vivido en los últimos años, me ha servido para autoafirmarme en mis convicciones, en la cultura del pensar.
Martí tenía algo que yo he estudiado profundamente y es que cada vez que llegaba a los lugares se relacionaba con sus afines, y eso he tratado de hacer yo: encontrarme con aquellas personas, sobre todo humildes, y poder construir junto a ellos espacios de socialización, de memoria, de tradiciones… También, sobre todas las cosas, por el método martiano de darse a los otros, sin que los otros sientan que lo estás haciendo. Por eso es por lo que, en lugares como Maffo y Remanganaguas, es mucha la gente que siente que soy parte de sus vidas y que ellos son parte de la mía, y desde esa alternatividad he podido seguir haciendo por la gente común, la más humilde de mi pueblo. Eso explica, por ejemplo, que anime una peña que acaba de cumplir siete años, Cañón Don Pepe, en el pueblo de Maffo, y que allí nos encontremos personas de la tercera edad, jóvenes, músicos, poetas y pintores. Hacemos una fiesta ese día para compartir poemas, conversar sobre un tema que sale de la propuesta colectiva, nunca se impone; lo hacemos siguiendo el concepto martiano de Maestros ambulantes, de asumir la conversación como crecimiento espiritual, cultural, moral. Eso me ha permitido ser parte de la gente y que las gentes sean parte de mí. He tratado de invisibilizarme como intelectual para la comodidad de todos, para poder conversar abiertamente y proponer. Ha sido una bendición, un oasis en mi vida. Tener esa peña en medio de una cultura atomizada me ha salvado. Acudir al barrio Remanganaguas, primer lugar de Cuba donde fue enterrado Martí, es otra suerte de bendición. Junto a los martianos que me acompañan lo convertimos en un momento de diálogo, de compartir arte, de disfrutar, de crecer en la virtud. Siempre trato de que las personas no se queden solo en aquellas cuestiones que, por ejemplo, yo publiqué en el libro José Martí, el Apóstol de Remanganaguas, sino que busco hacer que todos sientan que eso lo construyeron ellos, los conocimientos son de ellos y los han hecho suyos como aprendizajes personalizados que determinan sus estrategias de vida.
Otra de las acciones que me han permitido sobrevivir en esta vocación martiana es algo que hemos llamado “El camino del corazón”, un recorrido desde el cementerio de Remanganaguas hasta Arroyo Blanco, Palma Soriano. En ese trayecto interactuamos con personas de los asentamientos que tuvieron relación con el cadáver de José Martí: el propio barrio de Remanganaguas, el poblado de Los Pasos, el El Anoncillo del Descanso, el barrio de La Aduana donde descansó José Martí bajo una guásima, al pie de una palma real, y finalmente Arroyo Blanco, para concluir y regresar a Contramaestre.
Lo hemos llamado “El camino del corazón” porque, literalmente, el corazón de Martí y sus vísceras quedaron en el cementerio de Remanganaguas. Nos hemos apropiado de ese simbolismo y lo primero que hacemos en nuestro peregrinaje es un ritual que iniciaron las familias de allí cuando pasó el cadáver de Martí, ellos ponían el oído en tierra buscando escuchar el corazón del poeta. Se dice que solo pueden escucharlo aquellas personas de buen corazón, de buena alma, virtuosas, los malos cubanos jamás podrán escuchar el corazón del Apóstol. Poetas, artistas, músicos, escritores, historiadores y la propia comunidad han incorporado este ritual como parte de su ser vital. Hace un tiempo tuve otra peña que la llamé Dos Milagros, era con niños de cinco años; pasado el tiempo es gratificante que cuando me ven en la calle me señalan y dicen: “Es el amigo de Martí”.
Así es como he podido mantener vivo el Martí que aprendí en la universidad cuando tenía dieciocho años junto al profesor Israel Escalona, y que no ha dejado de acompañarme hasta hoy.

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