Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Los dirigentes cubanos, los bien alimentados miembros de las organizaciones encargadas de regir el destino de Cuba y de los cubanos, no se cansan de hablar de la canasta básica, en referencia a la exigua cantidad de productos que pueden comprar los habitantes de este país para sobrevivir -o malvivir- un mes.
No pretendo referirme a la canasta básica total, que incluiría otros productos, como los de limpieza o aseo, sino solo a la alimentaria, en la que entrarían todas aquellas cosas que son indispensables para asegurar una vida más o menos saludable.
Tengo amigos por todo el mundo. En diferentes lugares de Estados Unidos, de España, de Rusia, Perú, El Salvador, Venezuela, Chile, Canadá, México, Guatemala, Panamá. Incluso en el Líbano, Australia, Angola y Suráfrica, pero no le pregunté a ninguno de esos, sino que escogí para mis cálculos a un amigo humilde, profesor de una escuela primaria en Santo Domingo, República Dominicana.
Le pedí, por favor, que me hiciera un cálculo de las cosas que compraba en una semana para él, su esposa y sus dos hijastros. Tampoco le exigí que fuera exacto, porque se trataba de un muestreo grosso modo de su consumo para llevar una vida normal.
Él, mi amigo, y su esposa, que también es maestra, no son personas de vicios. Ninguno de los dos fuma, y él, si acaso, se toma una cerveza Presidente los fines de semana, o un trago de Bacardí con hielo.
Los dos adultos desayunan café con leche y de los pequeños uno la toma con chocolate y el otro prefiere yogurt o jugos. Y carnes y pescados comen de cualquier tipo, porque no están encasillados a una sola cosa, digamos pollo, y tienen un diapasón tremendo a la hora de hacer las compras, algo que hacen siempre los domingos en la mañana, en pareja, mientras los hijos duermen.
Para cada semana, compran cuatro litros de leche, de tipos diferentes, porque a cada uno le gusta una distinta, dos pomos de yogurt, nunca natural, 500 gramos de mantequilla y un paquete de café brasileño, fuerte o extrafuerte, que de vez en cuando cambian, por esa manía de alternar y probar. A eso le agregan un kilo de azúcar, que normalmente dura dos semanas, y a veces más.
Con un paquete de chocolate bueno alcanza para el mes, lo mismo con la sal, que con un kilogramo, yodada, da para cuatro semanas. A eso, a la semana, agregan tres kilogramos de arroz, uno de habichuelas, como le dicen allá a los frijoles, siempre de dos colores diferentes, un kilo de pescado congelado, otro de salmón fresco, que habitualmente cocina el lunes, unas latas de atún, un par de kilos de pollo, la misma cantidad de cerdo y uno de carne de res, porque es más caro y a veces más complejo de preparar.
A eso agregan un kilogramo o kilogramo y medio de pastas, más o menos la misma cantidad de quesos, pan de molde para bocaditos, hasta cuatro, y algunos dulces como natillas, o helados y mermeladas, para toda la semana.
A eso agregan galletas, de sal y dulce, naranjas siempre, también manzanas, peras, mandarinas, tomates, aguacates y pepinos, todo el año, además de rábanos, zanahorias, cilantro, pimientos, boniatos, yucas y plátanos en sus dos variantes, vianda y fruta. A veces, también compran mariscos, sobre todo camarones o calamares, y en otras ocasiones, pero muy esporádicamente, carnero.
En casa no falta el té, los jugos de frutas, de varios tipos y también, aunque no sean buenos para la salud, los refrescos gaseados. Y a todo eso agregan un litro o dos de aceite comestible de cualquier tipo, y uno de oliva extra virgen cada 15 días o a veces un poco más. El vinagre y los vinos para cocinar se compran cada más tiempo, lo mismo que los condimentos, que prefieren naturales y no esos en polvo tan comunes.
Por último, agregan algún tipo de jamón, y carnes ahumadas, sobre todo para preparar frijoles que no sean negros, o chícharos, aunque estos últimos son muy difíciles de encontrar en la parte más oriental de la isla de La Española.
Eso, sin lujos, es la canasta básica de una familia dominicana, formada por cuatro personas, un hombre de 43 años, la esposa de 40 y dos niños, uno adolescente de 13 años con un hambre atroz siempre, y otro de ocho años, que no tiene «buena boca», como dicen mis amigos.
Imagino que la canasta básica en Estados Unidos, en Argelia o en Brasil la compongan otras cosas, otros productos, porque en todos los lugares no funciona igual, pero yo solo pongo este ejemplo por la cercanía cultural y geográfica de Dominicana con Cuba, y las costumbres muy parecidas entre un pueblo y otro.
Insisto: no soy absoluto. Esta puede no ser una canasta básica tipo, pero al menos así debería ser la de los cubanos para una semana. Sin embargo, los que gobiernan la isla se refieren a la canasta básica a media libra de aceite de la más baja calidad del mundo, a siete libras de arroz tan malo que en otros países no se lo comerían ni los cerdos, a unos granos de frijoles que apenas dan para un congrí, un kilo de sal incomible, cinco libras de azúcar que en muchas ocasiones no sirve ni para el ganado, y un paquetico de dos onzas de café, que lo que menos tiene es café.
Hay una diferencia abismal entre lo que puede comer un ciudadano cualquiera del mundo y a lo que tiene acceso un cubano, y ese cubano puede ser un médico, un ingeniero, un profesor de una universidad o un investigador. Si no es dirigente, esa es su canasta básica.
Y entonces, los Miguel Díaz-Canel, los Manuel Marrero y Esteban Lazo se llenan la boca para decir que hasta 2019 el gobierno garantizaba sin problemas la canasta básica, unas palabritas que han convertido en un eufemisno, lo mismo que aquellas de Libreta de Abastecimiento, cuando en realidad es una libreta de racionamiento, porque a través de ella te limitan uno de los más grandes derechos de una persona, el de alimentarse.
Esas cosas que les cuento no las saben muchos cubanos, y tampoco las conocen muchos extranjeros que creen -porque le hacen caso a la propaganda castrista- que en Cuba controlan las ventas para que todos toquemos a partes iguales, como si la sebácea barriga de Manuel Marrero, o el pronunciado abdomen de Díaz-Canel, sea fruto de eso que ellos llaman canasta básica.