Por Esteban Fernández Roig Jr.
Miami.- ¿Se acuerdan de aquella época de puertas y ventanas abiertas de noche y de día, de par en par?
Las familias se sentaban en los portales a conversar entre ellos y saludaban a los que pasaban por las aceras. Y tremenda alegría era pasar por los portales y saludar a los residentes.
Las visitas (a cualquier hora) eran recibidas con muestras de inmensa alegría. Si llegaban a las horas de almuerzo o cena, rápidamente mandaban a poner otros platos en la mesa para los visitantes.
Si usted llegaba al campo un domingo y visitaba al más humilde bohío te brindaban un plato de arroz con pollo… Durante las Navidades un buen trozo de lechón, con arroz, frijoles y yuca.
No hacía falta un contrato, solo un compromiso sellado con un estrechón de manos.
La única discriminación era con los pesados y los delincuentes.
Cartas llegaban a las casas sin dirección, solo el nombre y tres letras E.S.M. que querían decir “En sus manos”…
Le dábamos a la manigueta del teléfono, nos respondía una Operadora y le decíamos: “Señorita, comuníqueme con la Imprenta Valdés”…
No teníamos que buscar ni llamar a las personas con oficios porque constantemente tocaban a nuestras puertas ofreciendo sus servicios.
Personas que apenas conocíamos podían sentarse en nuestras salas a ver la televisión.
Elegantes íbamos los domingos al parque y los guajiros parecían hacendados, si había una discusión era entre Habanistas y Almendaristas.
Sin divergencias entre Católicos y Protestantes, los hijos de los machadistas, grausistas, priistas, batistianos éramos amigos.
Nadie se alarmaba ante una llamada telefónica a deshora, nadie se asustaba ante un vagabundo, nadie se aterrorizaba si alguien tocaba a nuestra puerta a las 12 de la noche.