Por Ulises Toirac ()
Ya lo de la lluvia de Mayo me está cansando.
La Habana.- Mi abuelo por parte de padre era descendiente de taínos. Y terminó llegando a La Habana habiendo nacido en el valle del Toa. Indio de complexión raquítica, solía echarle humo de tabaco a todo lo que le molestaba.
Confieso que solo le funcionaba con los mosquitos. Y no siempre. Dicen los que lo admiraron en su juventud, que levantaba los brazos hasta el cielo e invocaba a los dioses con gritos espeluznantes.
Ya cuando le conocí yo, los brazos solo le llegaban a la cintura, la voz ronca y acojonante, y no parecía un ruego exactamente. Pero en sus montes hacía el ritual con enconada reiteración, al punto que cuentan por allá que uno de esos dioses bajó. Lo miró fijamente mientras mi abuelo hablaba en su jerga pidiendo cosas sin parar (y sin darse cuenta que el dios estaba frente a él, porque el humo que echaba era de una paca que había recalado cerca) y al cabo le dijo majestuosamente:
– Caballo, ¡mira que tú jodes!
Mi abuelo por parte de madre era español y se burlaba de mi abuelo por parte de 𝕡adre diciendo que había llegado a La Habana para pasar todo un seminario con el solo objetivo de conocer el significado de la palabra «pepita» y que si los colonizadores se hubieran tropezado con su familia, se hubieran ido pal carajo con los bolsillos vacíos y protestando «estos nativos son seborucos con dos cojones!». De los cojones doy fe y no sé si porque lo vi desnudo demasiado viejo.
Abuelo me enseñó a comer judías con tocino. Y el otro a bailar la danza de la lluvia. No tengo que aclarar cuál de los dos hizo cada cosa. Lo cierto es que (pa que tú veas lo que es la vida) lo que me enseñó abuelo Serafín hoy no me sirve pa un carajo, sin embargo, lo que me enseñó abuelo Jurugüey tiene perfecta actualidad.
Estoy a punto de salir encueros a la calle a bailar la danza de la lluvia que los taínos ofrendaban a sus dioses.
Espero que las autoridades policiales comprendan mi absoluta dedicación al bienestar popular o las judías van a tener que ser sólo agua, y el tocino, bichitos de prisión.
(Homenaje a Les Luthiers)