Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Si en algún momento de la historia de la Cuba posterior al triunfo de Fidel Castro hubo alguna abundancia, fue en esos primeros años de la década de los años ochenta, motivado por dos razones fundamentales: desde la Unión Soviética llegaba una tubería con todo lo que La Habana pidiera y florecía el Mercado Libre Campesino.
La apertura al campo, para que el dueño de la tierra produjera lo que quisiera y lo vendiera en lugares habilitados en cada municipio, representó un rayo de luz para los que entonces quedaban en el campo y tenían tierras y animales.
En poco tiempo se llenaron las calles y plazas de frijoles, maíz, carnes, viandas, frutas, verduras, y había un movimiento de precios que permitía hasta a los que menos ganaban comprar lo que necesitaban.
En Manicaragua, donde yo nací, podía comprarse, por ejemplo, maíz todo el año. Te lo vendían en todas las formas, en la mazorca, molido, rayado, incluso en tamales. Y había carnes de todo tipo en las improvisadas placitas, menos la de res, porque esa quedó siempre como patrimonio de la cúpula controladora, que jamás permitió venderla, una posición que terminó con la masa ganadera cubana, y hasta con la leche.
En las plazas, en Cienfuegos sobre todo, que fue la que conocí, había anones, chirimoyas, mangos, aguacates, papayas y otras frutas exóticas que ya casi no se ven. Las personas del campo se centraron en producir para vender, porque mientras más vendían, mejor iban a vivir. Todo iba bien, viento en popa o a pedir de boca, pero al comandante en jefe, al hombre que se encargo de destruir a Cuba, aquello no le sentó nada bien y lo cortó de golpe y porrazo.
El 17 de mayo de 1986, aprovechando el II Encuentro Nacional de Cooperativas de Producción Agropecuaria, borró del mapa el Mercado Libre Campesino, con la justificación de que había escuchado argumentos de que se estaba desvirtuando la producción socialista, de que había demasiado amor al dinero en el campo. Fue un golpe de efecto, tal cual hizo con el estipendio de los estudiantes, para lo cual mandó a inmolarse al entonces ídolo olímpico Alberto Juantorena.
Muchos años después, cuando en buena parte de los centros de trabajo, daban ‘jabas’ a los trabajadores, con míseras cantidades de productos de aseo, aceite y alguna otra cosa, el inmolado fue Carlos Lage, a quien desde entonces los cubanos comenzaron a ver con malos ojos.
Para lo del Mercado Libre Campesino se apoyó en el entonces presidente de la ANAP José Ramírez Cruz, quien le hizo la pala para otras de sus drásticas y equivocadas medidas, como la inmensa mayoría de las que tomó en sus 47 años haciendo lo que le venía en ganas en Cuba.
Un día después, el 18 de mayo, en el Karl Marx, decía: «Pienso que la decisión que tomamos ayer de poner ya fin a una institución que ha arrojado resultados realmente muy negativos, muy nocivos, como es el llamado Mercado Libre Campesino, constituye un paso de avance considerable, porque pienso, estoy convencido de que el Mercado Libre Campesino se convirtió en un gran obstáculo para el desarrollo del movimiento cooperativo y que sirvió, como aquí se dijo, para el surgimiento, incluso, de una serie de grupos y de elementos intermediarios que se han enriquecido y han lucrado, pero que, sobre todo, se convirtió en un obstáculo para el desarrollo mismo del movimiento cooperativo».
También comentó ese día, con ese afán de hacerse el bueno que no lo abandonó nunca: «Yo mismo pensaba: bueno, cómo les vamos a pedir a los cooperativistas, que están trabajando honradamente, haciendo un esfuerzo, ganándose el pan con el sudor de su frente, que no vayan al Mercado Libre Campesino y ese mercado libre va a seguir subsistiendo para que todos esos elementos lumpens, antisociales, sigan lucrando con ese mercado y para que, incluso, aquellos agricultores o campesinos individuales, llenos de ambición de ganancia y de dinero siguieran disfrutando las ventajas de obtener todo el dinero que les diera la gana en ese mercado».
Ese día, el gran líder, el destructor de Cuba, se desplayó ante una multitud de dirigentes enguayaberados que lo aplaudió hasta el delirio. Y cada frase suya fue un golpe más al campesinado cubano, al que culpó siempre de los problemas del país, porque a los Castro, no lo olviden, lo único que les interesó siempre fue tener a los cubanos en la pobreza más absoluta para poder controlarlos mejor.
«Hay que tener en cuenta que ya el 61% de las tierras de los campesinos, que son 65 000 caballerías, está en manos de los cooperativistas. Quedan todavía unas cuantas decenas de miles de campesinos individuales. Es mucho más difícil, es terrible, es un problema casi insoluble el trabajo con los campesinos individuales, porque hay que discutir y hacer planes con decenas y decenas de miles».
Con esas palabras, el egocéntrico comandante ratificaba el deseo de imponerles a los trabajadores del campo lo que debían sembrar, cuándo, cómo y a quién venderlo, que por supuesto era la red de Acopio, una empresa estatal que lo mismo te dejaba la cosecha botada en el campo, que se la llevaba y no la pagaba, o lo hacía seis meses o un año después.
Ese día, el Carlos Marx atronó con cada frase que salía de la mente febril y enfermiza de Fidel Castro. Desde ese día, los cubanos soñaron con la vuelta del Mercado Libre Campesino, pero el castrismo jamás dio el brazo a torcer. Se equivocó, como lo hizo desde enero de 1959, pero no dio marcha atrás. Entonces, sin campesinos en el campo, con las cooperativas cada vez más endeudadas y cientos de miles de caballerías abarrotadas de marabú, el campo dejó de ser útil.
Todo por obra y gracia de Fidel Castro, uno de los grandes culpables, sino el que más, de la hambruna que vive hoy el pueblo cubano.