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Por Adalixis Almaguer ()
La Habana.- Cuando pienso en la maternidad nunca me viene a la mente un día de Mayo, menos un estatus sublimado de éxtasis paradisíaco. La maternidad es una dicha inconmesurable y también un dolor infinito, las dos caras de la moneda con igual valor.
Desde que empieza tienes pataditas en la panza tanto como molestias en la columna, y cuando salen de ti la alegría y el susto siempre van de la mano.
Y sí, dejas de dormir con una monumental sonrisa debajo de las ojeras porque amarlos se te sale por los poros y te derrite los huesos pero la maternidad no es un acto consensual. Es una decisión unilateralmente egoista por lo que implica responsabilidad perpetua donde no cabe abandono.
En la República Almaguer compramos flores casi siempre jueves (aunque uno no quiera en la vida va asumiendo patrones), y nos regalamos chocolates cada vez que se pueda que para eso excusas no faltan (o no son necesarias), y nos decimos lo suertudos que somos de tenernos a deshora, sin esperar a Mayo, porque quién sabe cuántos mayos quedan y sí muchos días sin encajonamientos comerciales.
Cuando pienso en la maternidad pienso más en ese ensamblarnos a lo Voltus V cuando algún miembro de la República lo necesita, sin buscar cuándo es en el calendario porque el amor va primero.
Cuando tengo dudas, cuando me pregunto si lo he hecho bien, si lo estoy haciendo bien, voy a esos momentos en los que burlamos la familia disfuncional que realmente somos según las teorías de los estudiosos y con preciso engranaje funcionamos como una máquina de cuidar, de querer, de soportar, de sostener… ‘y ese es mi regalo!
Pd: con Momo, el más pequeño en la República. Quédate con quien te mire como el momichi mira a su abuela.

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