MI MADRE, EN EL RECUERDO

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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- La vieja ya no está hace algunos años. Ya no es un dolor que te deja témpano, pero fechas como mañana me la traen con toda corporeidad a la mente. Y viene todo lo bueno, que fue mucho, y todo lo malo, que fue formador.
Mami tenía paciencia asiática conmigo. Perdió la compostura muy pocas veces y reconozco que con un hijo como yo, era preciso más macana y menos paciencia. Era lo que se puede catalogar de niño apingante realmente.
Mi divertimento favorito, en ese minuto que acabábamos de salir de casa camino a la escuela, «rayando la hora», en pleno «apurilllo», era detenerme y decirle «mírame la cara» sin decir por lo claro «se me quedaron los espejuelos». La catapultaba a un limbo cognitivo en medio de tantas preocupaciones durante minutos angustiosos en que buscaba signos de alguna enfermedad o golpe o… Jamás me agarró de la pañoleta pa arrearme par de nalgadas, que era lo mínimo por «la gracia».
Ya he hecho referencia a este pasaje otras veces, pero me encanta porque la describe.
Mami era maga de verdad. No la mierda de Harry Potter volando en una escobita joliwú. Ella abría el aparador desierto y metía tronco de comida para sus hijos. Y arrancaba unos olores de la hornilla… épicos. De su etapa me quedó un gusto legendario por el «arroz con cosa», cuya receta es impronunciable sino: «haga arroz, échele lo que encuentre y trate de que sepa a gloria».
En su trabajo había una rusa. De aquellas que, prendadas del «amor de cubano» (todo el acorazado Potemkin nunca pudo compararse a un cañon de La Cabaña), dejaron su tierra y vinieron a pronunciar cómico el español con lengua acostumbrada al movimiento eslavo.
Cierta vez aquella amiga le dió una receta de sopa de yogur… Canalícelo primero en el cerebro. Hágale paso en sus neuronas a yogur hirviendo con fideos y alguna que otra cosa… ¿Ya?… «Eso» fue lo que sacó la vieja del aparador aquella tarde. Y nos sentó a mi hermano y a mí frente a sendos platos de aquello que olía raro y se veía raro.
– Está rico -dijo ella con tono despreocupado mientras Julito y yo nos mirábamos con aire de «se arrebató mami».
– Que está muy sabroso -insistió al cabo de un minuto de silencio en el que olíamos aquel «aroma» pesado saliendo del plato.
– Oye coño, que no hay más nada en esta casa y hay que comérselo, que está muy rico y es una receta de Svetlana.
Con decisión, viendo que mi hermano y yo no movíamos un músculo, se llegó a la mesa con su cuchara en la mano y le metió un sorbo al contenido de mi sopa.
Tragó en seco e imagino siempre que aquello bajó de la boca y cayó en el estómago con el silbido y la explosión que le ponían a las caídas del gato Jinx en los muñequitos. Nos miró medio segundo.
– ¡Vístanse pa ir a la pizzería!

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