3489 (I)

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José Luis Tan Estrada
Camagüey.- Es imposible que la incertidumbre del qué pasará no se apodere de ti trancado dentro de cuatro paredes, las luces de varias lámparas encendidas permanente y aquella gota de agua constante que nunca dejó de caer.
Los represores la llaman «celda de aislamiento», pero en realidad es una celda de tortura. Cerrada herméticamente, ni la más mínima hendija para saber si es de día o de noche, una plancha de hierro como litera y un fino colchón para dormir.
Silencio total. Solo el ruido de los mosquitos y de esa gota de agua insoportable que penetra hasta tu cerebro.
Mientras el estómago suena de hambre junto con una sed insaciable, llegan los recuerdos de aquel trozo de pescado que rechazaste aunque no te guste comerlo.
En tu mente crees que es el día uno de estar ahí, pero parece que han pasado tres.
No sabes si son las 11 de la noche o las 3 de la madrugada. Tratas de coger el sueño y de momento-«89»- (3489 ese era mi número), camino otra vez para los fuertes interrogatorios.

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