Por Rafael Muñoz
Berlín.- En los últimos días evadimos el peligro de caer en la monotonía viajando a ciudades cercanas al oeste y al este en el interior de la isla. Por lo pronto, conducir para salir del centro de Palermo es como ir de safari con un tirapiedras. Todo lo que se mueve intenta matarte.
Una vez que logras salir vivo, el caos desaparece. No más edificios cubiertos de graffiti ni aglomeración de basura sin recoger en cada esquina. Se abre paso la campiña del país civilizado que esperamos encontrar.
La autopista es perfecta, amplia y bien cuidada. A cada lado y hasta donde alcanza la vista se suceden los cultivos de naranjas, limones, uvas. El relieve es extremadamente irregular, acantilados alternan con colinas suaves cuya redondez es acentuada por verdes de diferente intensidad que recuerdan la escena que los usuarios de Windows hemos visto al iniciar nuestro ordenador durante años.
Erice es una pequeña ciudad medieval en lo alto de una colina que domina la ciudad costera de Trapani. Es zona de vinos y allí donde hay vino hay siempre muy buena comida. Pero a diferencia de otras zonas vinícolas, aquí una buena rueda de pez espada cuesta lo que una pizza en la capital.
Cefalú queda hacia el este. Influencers y guías turísticas reducen su valor a tener la catedral más antigua de la isla y la mejor comida. Pero ni uno ni lo otro. He dado con uno de esos restaurantes que deberían ser cerrados de inmediato y en cuanto a su catedral no creo que así sea. Sin embargo, nadie menciona La Roca, literalmente una inmensa roca que aprisiona la ciudad contra el mar.
He dedicado tiempo a la naturaleza, tiempo para escalar montañas que caen a pico sobre el mar como si las hubiesen cortado. Mirando el mar desde lo alto le dan ganas a uno de decir cosas trascendentales, a lo Pablo Coehlo.
Dejamos definitivamente Palermo.
En una pausa en Selinunte, en el parque arqueológico, entré por primera vez en un antiguo templo. O lo que queda de él, que es bastante, teniendo en cuenta que tiene más de 2500 años. Me sorprendió e incluso me molestó ver tantos escolares haciéndose selfies, saltando y bromeando en un lugar con tanta historia. A su edad yo habría dado cualquier cosa por tener esa oportunidad. Ok, yo era un nerd en toda regla.
Nuestro próximo destino, Agrigento, de lejos no parece la ciudad más bonita del mundo. Sin embargo, sí que es movida. Han preparado una pachanga que durará tres días, los mismos que nosotros estaremos en la ciudad.
Esta vez la habitación es sobria, en un edificio histórico, como todos en esta tierra. Un B&B que lleva una mujer sola, bastante mayor y esa soledad le hace hablar hasta por los codos. Pero prepara de desayuno a base de huevos revueltos y bruschetta que le perdonan todas sus culpas.
Tuve la suerte de tener profesores de historia que hicieron crecer mi interés por las culturas antiguas. Más tarde, la escuela de arquitectura puso en mi cabeza la escenografía que completó la película.
Hoy doy vida a esa película entre las ruinas de Akragas, una ciudad fundada en el siglo VI a.C. con una colorida historia, llena de acontecimientos que darían material para varias novelas épicas. He visto uno de los templos mejor conservados del mundo antiguo: el Templo de la Concordia, y posiblemente el más grande de su tiempo dedicado a Zeus. Sus dimensiones se aproximan a las de un campo de fútbol moderno. Una de sus columnas, en forma de coloso, ha sido rescatada y reconstruida.
El calor del verano me hace tomar un granizado de naranja. He tenido mi primera punzada del guajiro desde que salí de Cuba hace 22 años.
Sucedió que cuando la audioguía comenzó a nombrar las partes de una columna dórica, me adelanté y las nombré de memoria. ¡Dios mío! Ni siquiera he olvidado el nombre «triglifo», que tantos quebraderos de cabeza me dio en la Universidad. Ya sé, yo era un Nerd con gafas y todo. O tal vez simplemente es que, como ya he dicho antes, tuve muy buenos profesores de historia.