Por Rafael Muñoz
Palermo.- Habíamos acordado no visitar una iglesia más en esta ciudad, algo bastante difícil cuando te sale al paso una cada cincuenta metros. En principio, íbamos a ver la catedral solo desde la entrada y terminamos encaramados en el techo, disfrutando la vista de 360 grados sobre Palermo.
Pero no es la magnífica vista lo que hace especial este lugar, según los ojos de quien lo mire, claro está. En mi caso, primero que todo, me dio gusto ver el estado técnico tan perfecto en una edificación que data de 1185, construida sobre los cimientos de la anterior catedral bizantina. No encontré ni siquiera una teja partida, cuarteada o con manchas de humedad. Es como si hubiesen sido puestas ayer. Claro que ha sido reparada y eso habla muy bien del amor que le procesan al edificio. He visto edificaciones mas jóvenes que dan pena.

Durante los más de mil años de vida, este lugar ha sido protagonista de una historia que influenció a toda Europa y por carambola a nosotros del otro lado del atlántico.
Por aquí han pasado fenicios, cartagineses, griegos, vándalos, ostrogodos, bizantinos, árabes, normandos, el sacro imperio romano germánico, la casa Antjou (Francia), el antiguo reino de Aragón, españoles mas recientemente, borbones y finalmente los italianos. Todos han dejado huella en esta catedral.

¿Todo es bueno en este lugar? Por supuesto que no.
No entiendo por qué un edificios tan imponente cuyo valor alcanza por lo bajito varios cientos de millones de euros, sin contar el valor histórico, resuelve la ventilación con ventiladores baratos de 20 euros. Y no es solo aquí, lo he visto en casi todas las catedrales.
Tratar de entender a un italiano hablando inglés es más difícil que demoler y volver a construir esta catedral.
Y así, si hace dos años «Patria y Vida» estuvo más cerca del cielo, allá en los Alpes, hoy ha estado, espero, más cerca de Dios.