Por Gleyvis Coro Montanet ()
Madrid.- Yo no tuve hijos. Lo digo como se dice lo que ya no tiene solución. Cuando escribí este soneto lo hice desde ese lado nulíparo, yermo mío que no sabe cómo buscar lo materno cuando lo necesita porque, sencillamente, no lo ha vivido.
Pero mi yo-mujer necesita ese lado madre y mi yo-poeta lo resuelve echándolo en el tema de mi propia niña. Esa niña abusada que fui y he sido. Esa niña reactiva que le riñe a esta mujer sanguanga que soy.
A la orilla de los tercetos, me faltaba el aire. (Me falta el aire y lloro a menudo cuando escribo). Traté de alargarlos para que los críticos no me lo sacaran en cara luego; pero los versos no se dejaban, ni se dejaron. Y, derrotada, me cagué en la teoría literaria y los dejé como salían.
Ponte me hizo el honor de publicarlo en DDC. Y dos creadores tremendos, intelectuales, cubanos de mi propia tierra, Joaquin Badajoz e Ileana Medina Hernández me han hecho el regalo de ponerse a comentarlo.
Lo agradezco muchísimo, pinareños, hermanos míos. Es un soneto de un libro que arrastra una mala suerte del carajo, como toda mi obra poética. Ninguna editorial española lo ha sabido o querido apreciar. Pero, ay, caramba, este texto de Ileana y las palabras de Jochi valen más que cualquier otra cosa del planeta.
Gracias, gracias, gracias.
DESLENDRAR
Por Ileana Medina
Tenerife.- La poeta pinareña Gleyvis Coro Montanet publicó en Diario de Cuba en estos días un poderoso soneto que cabría en las mejores antologías de poesía contemporánea, ya sea cubana, femenina, feminista, humanista o incluso mística de la lengua castellana.
Los grandes poetas de la historia y de todos los continentes, son sabios, iluminados, porque lo que se oculta detrás de las más profundas metáforas es en realidad una comprensión total de la vida, una visión con lo que Ken Wilber llama «el tercer ojo» (el reino contemplativo del espíritu) que no es solo un juego de palabras, ni una relación creativa de conceptos, sino la descripción de una realidad trascendente más allá de la razón y del nivel intelectual. En eso se distinguen los verdaderos sabios de los pedantes enciclópedicos, y los grandes poemas de los juegos ininteligibles de palabras rebuscadas.

Qué palabra potente «desliendra», le comento al también poeta, académico y crítico pinareño Joaquín Badajoz (para que luego digan que los pinareños somos tontos) y me responde: «sí, que belleza de atrevimiento poético—dudo que haya otro poema que la use».
Desliendra.
En el plano fonético es de una sonoridad deslumbrante, que Gleyvis pone a jugar con otras palabras de mucho más prestigio poético, como reina y almendra. Reina y almendra podrían ser palabras modernistas, de esas que a finales del XIX Darío o Martí pondrían a brillar en salones de espejos junto a broches dorados y mantos de tisú, cuyo verdadero significado es el oro del espíritu.
Pero desliendra. Ay, deslendrar, nos remite a las imágenes de las madres simias y aborígenes que se sientan a quitar los parásitos a sus crías y luego se los comen… Nos recuerda que las madres humanas, campesinas y urbanas, pobres y ricas, desliendrando a nuestros hijos con paciencia y lágrimas, somos también y ante todo mamíferas. Nos recuerda esa conexión con la naturaleza y la biología que tan a menudo queremos olvidar y enterrar. Peinar es cultura, pero deslendrar es natura.
Y nos habla del cuidado. Que es la forma tangible del amor. La única forma en que el amor puede ser recibido por el otro. Nos habla del cuidado de las madres a los hijos, que es la base de todo el tejido afectivo de la sociedad, del amor y los cuidados que luego cuando crezcamos podamos darnos unos a otros, de la salud mental, del crecimiento personal, de la felicidad, de la espiritualidad verdadera, de la búsqueda constante de la humanidad que siempre lleva hasta la misma necesidad básica: la del amor. Es el amor y su significante expresivo, el cuidado, lo que conecta esos grandes binomios que son el cuerpo y el espíritu, la naturaleza y la cultura, lo material y lo simbólico, lo terrenal y lo celestial, lo femenino y lo masculino, lo individual y lo social, lo efímero y lo permanente.
Deslendrar es amar, es cuidar, es contacto físico, es intimidad, es higiene en su sentido más esencial, es salud, quitar los daños y parásitos, sacar lo que nos chupa la sangre y la energía, alejar a los enemigos y chupópteros, y es en sí mismo un gesto tan sencillo, tan primitivo, tan humilde que nos recuerda a todos de dónde venimos y cuáles son los cimientos de la vida.
Finalmente, lo más obvio en el poema de Gleyvis es eso que hoy ha dado en llamarse autocuidado. Y también eso que prolifera en cursos de autoayuda que es el contacto con «la niña interior». Porque de eso trata aquel precepto cristiano de «amarás a los demás como a ti mismo» y el de los antiguos griegos «conócete a ti mismo» y otras fuentes de sabiduría universales que convergen en varios puntos esenciales.
Amar a los demás como a uno mismo no es un mandamiento, sino la única forma en que es posible amar. En la misma medida en que nos amamos y cuidamos a nosotros mismos, amamos y cuidamos a los demás. Y solo podemos hacerlo cuando nos conocemos, sacamos a la luz el miedo inconsciente, descubrimos y abrazamos nuestro pasado, nuestra fragilidad, nuestras heridas, la verdad sobre nuestra infancia, nuestras carencias, las de nuestras madres y abuelas, padres y abuelos, los secretos ocultos en la psicogenealogía familiar, los agujeros de amor y los golpes de violencia que pasamos de una generación a otra, el desierto emocional en que se han criado los humanos durante siglos… Solo cuando reconocemos y arropamos el dolor en nuestro corazón, que es el mismo, el mismo, de todos los demás.