Por Yadira AlBet
La Habana.- La patria, para mí, se fabricó de pájaros, de incesantes mordidas en el pecho y de carísimas fiebres. La patria me buscó desde que supe mi nombre y pronuncié mi nombre como patria, como mujer anclada en las llovizna olorosas del trópico.
Y fui diciendo patria cada día y fui diciendo costumbre, y fui diciendo casa y fui diciendo amigos. La patria me fabricó dos hijos tan hermosos que hasta duele mirarlos, fabricó manantiales y luciérnagas y fabricó esperanzas.
Luego me regaló una virgen amarilla, una ceiba y un son para bailar. Por eso llevo a mi patria hundida en los riñones como si fuera piedra y hace frio sin ella en las ciudades donde nunca he vivido; porque la patria se fabrica de vivir el insomnio, pero también de muerte y nacimiento.
Patria es una guitarra bienoliente, una frente muy alta y algún decir adiós; por eso es que mis amigos huyen con la patria en el hombro. Y vuelven. Y beben patria con café.
Y no quieren volver a las ciudades donde nunca he vivido. La patria para mí, la verdadera patria, tiene los pechos grandes para todos, nos ofrece la paz y el huracán, las invaluables tardes de diciembre y el olor a sofritos.
La verdadera patria es fiel al tacto y tangible; yo no tuviera patria si escogiera donde me duele menos, mis hijos no tendrían patria ni dolor canciones. Y ya no tendría ni un son para bailar. Porque la patria, la verdadera patria para mí, es la muchacha loca de Gibara que se llama Karina, o una cita de amor con Celia Cruz, o un saxofón abierto en la penumbra del Benny.
La patria para mí, la verdadera patria es el recuerdo enorme de que habito en el cielo dondequiera que voy.