Por Jorge Luis García Fuentes ()
Hermosillo.- A veces en las mañanas, cuando cuento con algo de tiempo antes de irme al trabajo, me preparo un sándwich con tres quesos —manchego, fresco y Oaxaca—, pan Bimbo Cero Cero o blanco.
Lo tuesto en la freidora de aire para que quede crocante y con los quesos bien fundidos, y lo bajo con una taza de café con leche enorme, como las del Central Perk, de esas que podrían tener pezones.
Mi versión de delicia es muy simple, muy personal, nada extravagante aun siendo el resultado de sopesar disímiles opciones, tras años de experimentos, de prueba y error. No necesito ser rico ni millonario para conseguirlo.
Como tantas veces, vuelvo a reflexionar sobre la simpleza de algo que, sin embargo, sólo me resulta posible por haber emigrado. En temas de paladar y estómago, escoger es un lujo para mis compatriotas de adentro, para los que no se fueron, entre otros muchos lujos adicionales.
Y no es justo.
Después de seis décadas y pico de aquella promesa de recibir la leche en casa por tuberías y de que íbamos a tener mejor nivel de vida que los Estados Unidos, resulta cada vez más injusto, más irracional, más absurdo. (Mordida al sándwich y sigo en lo mío)