Por Pedro Luis Ferrer Montes
(pensando en la profesora Alina Bárbara López Hernández)
Miami.- Las noticias diarias sobre la in-convivencia política de la isla, me llenan de consternación. No cabe en mi cabeza tanta torpeza e indolencia en la conducción de los asuntos más acuciosos y delicados de nuestra vida nacional. La impunidad del abuso constituye quizás el peor mal que puede padecer una sociedad.
Si grave es que no existan todas las leyes que el país necesita para guiarse, o que las existentes no contengan toda la enjundia necesaria… peor aún es que no se respeten las legislaciones vigentes.
¿Cómo puede un funcionario del Estado creer que logrará pasar inadvertido eternamente, situándose al margen o por encima de la Constitución? ¿Acaso puede existir un país civilizado donde no se respete el acuerdo social sagrado que rige la convivencia? ¿Cómo puede una institución del Estado desentenderse de los derechos y deberes establecidos en la Carta Magna para la conducción de la República? ¿Qué consenso legal respalda a policías y militares para tratar al ciudadano como si fuera un ser carente de derechos; y como si ellos —agentes institucionales— no tuvieran límites en sus funciones y obligaciones? ¿Dónde y cuándo se acordó que en Cuba la ley puede ser violada para exigir su cumplimiento?
Esos que —confiados en la impunidad eterna— se conducen abusivamente en nombre del poder que ostentan, sea este grande o pequeño, deberían recordar que el mundo no es estático, y que la eternidad es solo predio exclusivo del más allá. Tal y como Natura tiende a vaciar la plenitud y llenar el vacío, a aplanar la montaña y elevar el abismo, así mismo fluye inevitablemente la Humanidad. Sobran ejemplos en la historia de cómo pueden terminar los impíos: ninguna ideología los exonera.
Ojalá que nuestro Estado-Nación —desde su más lúcido y limpio propósito de patria— comience a reaccionar y ataje todo cuanto constituye flagrante violación de los derechos de la sociedad civil. Que nadie —absolutamente nadie— pueda conducirse de espaldas a la Constitución.
¡Entonces otro gallo cantará!