Por René Fidel González ()
Santiago de Cuba.- La violencia no es en las sociedades en que la exclusión política ha sido instaurada y sistematizada un hecho aislado, infrecuente, desmonopolizado e intrascendente.
Es, por el contrario, la expresión política esencial y más coherente del complejo sistema de relaciones sociales y económicas que un grupo necesita jerarquizar, glorificar, avalar y normalizar para desalojar y diluir hasta su más mínima expresión la noción y la cultura de la igualdad política.
En tal contexto la violencia es entonces invariablemente política y por definición la forma más extendida en que el poder es ejercido sobre la sociedad y cada uno de los individuos.
Ciertamente los excluidos han optado históricamente más de una vez por oponerse a la violencia rompiendo y degradando el monopolio de su ejercicio como instrumento de la exclusión, o por el contrario, desarmando desde prácticas y valores políticos nuevos los resortes y mecanismos sociales que legitiman y reproducen la violencia política, el miedo al otro y su desconocimiento como recursos, pero nunca, en ningún caso, tal esfuerzo ha sido llevado a cabo sin crear y oponer a las estructuras políticas de la exclusión: una identidad política, una estructura propia y la promesa política fundamental que permita sea posible la búsqueda de la felicidad por los excluidos.
Intentar evitar estas tres cuestiones no es precisamente lo que explica el origen, la evolución y las distintas mutaciones de la exclusión, pero es lo que inexorablemente acaba por hacer completamente inútil a la violencia política que se ejerce contra los excluidos en su lucha por alcanzar la igualdad.
Preciso es existir.