Por Luis Rodríguez Pérez
Quivicán.- ¿Alguien conoce de alguna aplicación en Facebook, para que cuando lo abra no me salgan tantas publicaciones de exiliados matándose entre ellos?
¿Cómo podré soñar con la unidad de los guerreros de aquí adentro, cómo reconocerá y se unirá mi pueblo a mis guerreros de aquí adentro, si los que luchan desde la libertad, se matan entre ellos?
He aprendido a mancillar mi orgullo; el amor tremendo por la Libertad de mi pueblo triunfa sobre los egos. He aprendido a morder mi lengua (o mis dedos) hasta hacerlos sangrar. Quizás no lo he logrado del todo, pero la Libertad se enquista en mí más y más.
Quizás, no debí ponerme de ejemplo; quizás hablo como un loco sin razón; pero ya sé lo que es un infarto, el inmenso dolor en el pecho ya lo conozco: cada golpe que la doctora Alina daba al cristal del patrullero, eran latidos inmensos y de muerte en mi corazón.
Martí, lo sabía. Martí, fue testigo. ¿Qué sería del apóstol sin la Libertad de Cuba? ¿Quién aplaudió a Martí? ¿Quiénes lo reconocieron? ¿Quiénes triunfaron en nombre de Martí? ¿Quiénes arrancaron de esta tierra al hispano imperio? Yo, lo sé; todos lo sabemos: fueron, los desconocidos e inmensos soldados de la manigua, y un comprometido e inolvidable exilio de tabacaleros.
¡Seamos Martí, que vivió sin familia porque agrupaba a todo un pueblo, que nada tuvo, que ensilla presto, que muere joven y de cara al cielo; Seamos soldados y tabacaleros que triunfan, que abrazan a sus hijos y esposa en la miel del triunfo, que le depositan una flor a Martí, que le lloran cerca, que le lloran lejos! ¡Seamos dignos de llamarnos, LA DIGNIDAD DE TODO UN PUEBLO!
¡Honra, para los que luchan! ¡Honra, para nuestros presos! ¡MIL VECES, LIBERTAD!