Por Eduardo González Rodríguez
Santa Clara.- La orientación era que todas la empresas y locales tuvieran un Mural Contra Incendios. Y había que esmerarse. Cuando algunos se quejaron de que no tenían palas, o picos, o extintores, se explicó que esas herramientas irían «entregándose en la medida de las posibilidades», pero que había que ser creativos.
Y comenzó la maquinaria de creación a funcionar como un reloj. Los más comprometidos con la Tarea, contrataron a pintores. Indicaron una pared para que los artistas dibujaran aquellas palas preciosas de cucharas negras y mangos carmelitas, las sogas en amarillo y los extintores púrpuras como los labios de María Félix. Todo sobre un fondo rojo con bordes amarillos al estilo de McDonald’s. Y chirrín chirrán. Listo el Mural Contra Incendios.
Recuerdo que una vez se incendió un local en la calle Paseo de la Paz, en Santa Clara. Un corto circuito, dijeron. Se quemaron muchos metros de tela, mostradores y hasta dos máquinas de planchar.
Sin embargo, lo que realmente entristeció a los obreros del lugar fue que el Mural Contra Incendios se carbonizó con sus dibujos de palas, picos y extintores. «¡Coño, qué maldad» -Dijo el administrador- «¡Con lo bonito que nos había quedado!».
METODOLOGÍA DEL APRENDIZAJE
Íbamos de mano mi hijo y yo de camino a su escuela a las 7:30 de la mañana. Hablábamos de una canción de Calle 13 que le gusta y que se sabe prácticamente de memoria. ¿Dónde la escuchó? No tengo la menor idea.

De pronto me dice «¡Ño, papá, hoy nos van a dar un buen almuerzo!». Cuando le pregunté por qué estaba tan seguro, me indicó con la mano un grupo de autos que estaban parqueados frente a la escuela. «Mira -me dijo sonriendo- hoy tenemos visita». Y bueno, hay cosas tan obvias que es innecesario explicarlas.