Por Irán Capote ()
Pinar del Río.- Yo nunca tuve familia en el yuma. Pero tuve que hacer esto un montón de veces para que mis abuelos llevaran la plantilla a los artesanos o al ortopédico.
Por cierto, hablando de zapatos artesanos, tuve unos insoportables y feos que duraron muchos años. Y el juego solo tenía una regla: “No hay más zapatos hasta que se rompan esos…”
Yo sufría con el cuero caliente del zapato en los pies, un sufrimiento largo.
Cuando se rompían, cuando por fin aparecía un descosido o una rajadura en la suela, me llenaba de ilusiones… y ahí venía mi padrastro con aguja e hilo y remendaba.
Mi mamá, orgullosa con el trabajo meticuloso de mi padrastro, le decía: “Quedaron nuevos”. Y hasta ahí mis ilusiones… había que seguir dando guerra con los “vaquetetumbo” aquellos.
Ya de adulto nunca más he vuelto a comprar zapatos de artesanos, prefiero cualquier tenis chupameao antes que el cuero ese que dura una eternidad. Y sin embargo, me ha quedado la experiencia. Ahora, hasta que no se desbaratan los que tengo, no compro otros…
Ahora sigan en lo suyo, dale.
