Por Esteban Fernández-Roig
Miami.- Fue uno de los amaneceres más lindos de mi niñez. Llegaron mis hermanos, mis héroes, a liberarnos.
No sabía todavía lo que era la gloriosa “Brigada 2506”, sólo que eran un grupo de compatriotas dispuestos a jugarse (y hasta dar) sus vidas tratando de salvarnos, de salvarme, de aquella enorme pesadilla, donde una pandilla de rufianes y asesinos nos perseguían y nos llamaban “gusanos” en nuestra propia tierra.
Salí a la calle plenamente consciente de que era un día histórico, sólo comparable con el 20 de Mayo de 1902.
Los milicianos lucían confundidos y asustados, los Comités de chivatos quitaban los letreros y consignas de sus fachadas.
Mi sonrisa era constante, quizás nerviosa, estaba a la expectativa, desesperado por ver arribar a Güines a los libertadores.
Mi padre me dijo orgulloso: “Esto no es nada, es solo el comienzo, atrás vienen los Marines comandados por el general «Ike» Eisenhower”…
El corazón se me quería salir del pecho, brincos de alegría daba, me puse bravo con mi madre porque seguía haciendo los quehaceres de la casa como si nada estuviera pasando.
Fui hasta el parque en busca de noticias, estaban recogiendo y llevándose presos a todos los que sospechaban de ser desafectos.
Jadeante llegó mi padre al parque y casi me gritó: “¡Tatica, Candín y Escaparate, estuvieron en la casa para llevarte preso!”
Me dijo casi sollozando: “La cosa pinta mal” y prácticamente a empujones me hizo montarme en la Ruta 33, diciéndome: “Vete para Luyanó, a la casa de tu prima Silvia, quédate ahí hasta que yo te avise”…
El final ya ustedes lo conocen, solo les diré que lo que comenzó como el día más feliz de mi vida terminó con millones de lágrimas de toda una nación, y el inicio de las más brutal de las tiranías.