MI SUEÑO CON DÍAZ-CANEL

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Por Jorge Sotero

La Habana.- Anoche soñé con Díaz-Canel. Tal vez alguno crea que no fue un sueño, sino una pesadilla, pero a veces me cuesta discernir entre ambos, sobre todo porque no fue tan malo todo lo que sucedió en ese tiempo en el cual el cerebro se comporta de manera tan enrevesada que nadie ha podido explicarlo bien.

Vi a Díaz-Canel corriendo hacia un avión. No era un avión grande, ni tenía insignias vistosas. Tal vez es el mismo que lo lleva constantemente a Santiago de Cuba o Santa Clara y donde no caben los escoltas o ayudantes, que salen muchas veces en vehículos destartalados, con riesgo de perder la vida, como los tres militares que murieron en el accidente de helicóptero de hace unos días en Santiago de Cuba.

Solo sé que Díaz-Canel corría hacia el avión con una maleta en cada mano y una mochila en la espalda. Jadeaba, pero corría. Desde la escalerilla de la aeronave lo llamaba insistentemente el jefe de su escolta e hijo de su esposa, la llamada Machi, que había abandonado las ropas de marca, y corría un poco atrás, arrastrando también una maleta que había largado una de las ruedas y se le iba de un lado a otro.

La Machi iba en tenis y aunque desde el auto donde se bajó hasta el avión habían solo 200 metros, cuando más, estaba extenuada. No se había puesto maquillaje alguno y tampoco se había peinado. Aunque era apenas el amanecer, ella se ocupó siempre de aparecer muy peinada, con buenos perfumes y maquillada, lo cual no quiere decir que estuviera guapa alguna vez.

Díaz-Canel, finalmente, alcanzó la escalerrila. Lanzó las maletas hacia arriba y regresó a buscar a su esposa. Mientras, en el pequeño avión se veía un ajetreo tremendo, porque estaba el piloto y el hijastro escolta del presidente.

Mientras Díaz-Canel arrastraba a la Machi a la escalerilla, el jefe de su escolta le apuntaba a la cabeza al piloto. Y le exigía volar. El aviador, un hombre de unos 35 años, le dijo que lo matara, que sin su esposa e hijas no iría a ninguna parte.

El escolta insistía en el tiempo. Una y otra vez repetía lo mismo: «no hay tiempo que perder. Si nos cogen acá todo habrá acabado», pero el piloto se negaba a volar.

Mientras, desde una pista aledaña, un viejo Il-96 levantó el vuelo. «Ahí van los Castro… directo hasta Italia» -le dijo Díaz-Canel a la Machi, con voz casi ahogada, mientras la empujaba escalerillas arriba.

Dentro de la aeronave ya, Díaz-Canel se sumó a las presiones al piloto para que levantara el vuelo de una vez, antes de que vinieran a apresarlos. El hombre se resistía y reclamaba la presencia de su esposa e hijas para levantar vuelo. El hijastro del Hombre de la Limonada le acercó a la cabeza la pistola y la rastrilló:

-¡Salimos ya o te mato! -le dijo en tanto apretaba el cañón a la frente.

-¡Díaz-Canel, singao» -gritó el piloto, quien se bajó del avión y comenzó a hacerle muecas al mandatario, que cayó sobre un asiento como quien sabe que todo está perdido.

-¿Quieres un vaso de agua, Machi? -le dijo la esposa, mientras le pasaba la mano por la cabeza.

-¡No! Cojamos las maletas con el dinero y vayámonos a Santa Clara. Allí la gente me quiere y no dejarán que me pase nada. Tal vez hasta me pongan al frente de la provincia de nuevo…

-Se ha vuelto loco -le dijo la madre en un susurro al hijo-. Pobre, Machi.

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