Por Irán Capote
Pinar del Río.- Escribo y hablo muy poco sobre teatro. No soy el hombre que supo memorizar palabras bonitas en la academia. Y si la cosa se trata de hacer un comentario, una polémica o una crítica a un espectáculo teatral, pues ahí la cosa es todavía más complicada. Pienso que hay que hacer y padecer teatro en esta isla para entenderlo a tope, hay que estar ahí detrás de las bambalinas para saber lo que cuesta el sacrificio de meses que luego será expuesto ante los espectadores.
Y también porque respeto mucho el trabajo de los verdaderos críticos y de los verdaderos investigadores del arte escénico…
En fin, que nunca publico este tipo de comentarios cuando veo una obra de teatro. No soy un hombre de esos…
Pero anoche fui uno de los tantos espectadores que colmó el Teatro Milanés para ver la función cincuenta de “Fátima o el Parque de la Fraternidad” el monólogo dirigido por Claudia Zaldívar y defendido visceralmente por Ray Cruz.
Confieso que fui predispuesto. Ya conocía el cuento de Miguel Barnet, había visto la película dirigida por Jorge Perugorría y tengo la vaga idea de una puesta anterior de la que guardo confusas imágenes e impresiones
Vamos, que fui al teatro por lo mismo que fueron todos: la presencia en escena de un actor bien conocido en las pantallas de la televisión cubana.
De entrada ya no me simpatizaba mucho la escenografía. (Uno es así de pesado y exigente cuando va a ver una obra de teatro de otro y se dedica al mismo oficio. Uno es así de mala leche)
El teatro repleto, el público atento, expectante. Me hizo feliz la idea de que en Pinar sí tengamos público y de que haya sido movilizado en un 99.9% por las redes sociales, gracias a la promoción de los medios y los perfiles de todos los que publicamos o compartimos.
Nada, resumiendo, que me voy del tema.
Yo estaba ahí. Predispuesto. No me gustaba la escenografía. Y el teatro estaba lleno de gente esperando la salida de un actor bien conocido en la televisión.
Y de pronto aparece Fátima, la reina de la noche, la reina del Parque de la Fraternidad. Fátima se había tragado al actor Ray Cruz. Fátima lo hizo desaparecer para cobrar cuerpo y voz en una de las mejores interpretaciones que he visto en el teatro en Cuba en los últimos tiempos.
Fátima me arrastró, me condujo hasta su reino de crayones, prostitución y lágrimas. Olvidé al Ray Cruz de las pantallas, olvidé la escenografía y me dejé llevar al universo de esta travesti que ya conocía de antes y que ahora cobraba nuevas significaciones en el escenario. Durante varios momentos el público ovacionaba, vibrante. Y era ahí donde yo pensaba en el verdadero sentido del teatro y su innegable importancia a lo largo de la historia.
Fátima es una biografía de dolor, resignación y paradójicamente, optimismo. Su sonrisa permanente, su gracia, “su cotorreo”, sugerían esa fuerza espiritual, esa resiliencia de personas que han tenido que aprender a vivir al límite de la sociedad.
Fátima, reina de cada noche cubana, es también una Cuba que resiste.
Gracias Ray Cruz por esta función cincuenta. Gracias por demostrar que el teatro es esencialmente un ente vivo cuando hay actores de tu calidad y talento. Gracias por demostrar que aún podemos hacer buen teatro en esta Cuba que se desarma.
Y aquí termino estas modestas palabras de alguien que nunca escribe sobre las obras de teatro.