La subida del petróleo en un año electoral estadounidense provocaría una inflación perjudicial para los intereses del Partido Demócrata, de ahí la rapidez de Biden en apelar a China para que contenga a los ayatolás y en apretarle las tuercas a Netanyahu; pese al lógico posicionamiento público con su mejor aliado en Medio Oriente.
Las opciones de Biden para intentar contener la subida de los precios serían acudir a sus propias reservas, circunstancia que abriría un frente con el ala woke; que lo aupó a la Casa Blanca; o desandar el camino fallido con Venezuela, que vive de atropello en atropello contra la oposición al tardochavismo, pero alejaría a los demócratas moderados de las urnas; por mucho que teman a Trump y entiendan que el Esequibo guyanés aún está en desarrollo.
Argentina, Ecuador; México y Bolivia podrían ser suministradores alternos; aunque los dos primeros no oculten sus preferencias por Donald Trump y los últimos por el socialismo del siglo XXI, que no es más que un papalote en almíbar empinado por La Habana, en 1988. La política hace extraños compañeros de cama y nunca, jamás, como algunos noviazgos, es solo hasta dentro de cinco minutos.
El viejo continente y Rusia
Europa paga la gasolina y la cesta de la compra más cara desde la bronca con Putin, por su invasión a Ucrania, provocada por la expansión de la OTAN hacia el este, y que vino como anillo al dedo a la plataforma ideológica del patriarca ruso, que es una mezcla de zarismo, credo ortodoxo y leninismo, alentada por ideólogos al servicio del Kremlin, que descubrieron la conveniencia de vincular casta política y religiosa a vanguardia luminosa de la clase obrera con pitusas, cigarrillos de marca y vodka caro.
La guerra entre Israel y Hamás ha encarecido aún más la vida en Europa porque los hutíes, que se identifican con la minoría musulmana chií de Yemen, conocida como los zaidíes, están atacando barcos en el Mar Rojo y dificultando el tráfico marítimo menos caro entre Asia y Europa.
En el actual lío, Putin tendrá que hacer delicados equilibrios; apareciendo por un lado como aliado de Occidente, porque acaba de sufrir un atentado en Moscú, con más de 130 muertos; como represalia a sus intervenciones en Siria, el Sahel africano y Afganistán, pero tampoco debe andar trasteando el avispero porque más de 20 millones de musulmanes habitan en el Cáucaso, Armenia, Azerbaiyán, Georgia y, aunque no tienen una identidad común; pese a ser sunitas la mayoría, incluso están divididos y hablan diferentes lenguas, se sienten agredidos por la concepción étnica-seguridad impuesta por el gobierno ruso; que generaliza una interpretación negativa del islam y lo reprime, sobre todo, después de las guerras en Chechenia (1994-1996 y 1999-2009).
El plan chino
China necesita petróleo barato y abundante para su particular y contaminante siglo XXI; como ocurre con la India, siendo ambos los principales saboteadores de las cumbres climáticas y no el imperialismo y otros países industrializados, como propagan los zurdos sectarios.
El conflicto israelo-palestino congeló el e
El desorden de las esferas de influencias, tras la caída de la URSS y el Muro de Berlín, ha propiciado el debut de nuevos actores geopolíticos que -con matices- ven el Islamismo radical como un peligro creciente y, como sin energía no hay progreso ni bienestar, China e India (esta última de manera más sutil por sus vecinos) apuestan por petróleo barato y paz.
Al disparate de Netanyahu asegurando que solo hablaría con los palestinos en última instancia, porque son el uno por ciento de los árabes, siguió el horror de Hamás del 7 de octubre, cuando el mapa estratégico regional sufrió la peor sacudida de los últimos años.
La diplomacia iraní tiene acreditada fama, pero los ayatolás chiíes nunca han dejado de recelar de las huestes sunitas de Hamás, apoyadas por Catar y facciones libanesas y sauditas; al tiempo que Teherán se siente comprometido con sus hermanos de Hezbolá (chiíes), que lleva bombardeando el Golán sirio ocupado por Israel, desde octubre.
La principal novedad en esta crisis es que la mayoría de los iraníes se ha posicionado con Israel y no con los agresores palestinos; un elemento de ruptura que debe leerse más en clave interna porque la gente está harta de los ayatolás; como demostró este sábado, esa madre que encaró a un clérigo que la retrató con la cabeza descubierta para denunciarla.
Algo parecido a lo que ocurre en Israel, donde Netanyahu-cercado judicialmente y al frente de una coalición gubernamental de frágiles equilibrios- creyó que la guerra iba a aplacar las protestas internas y amnistiarlo, pero ya empieza a ser clamor interno la necesidad de un cambio y garantías de poder rescatar con vida a la mayoría de los rehenes en manos de Hamás, que también sufre de fracturas por el coste humano de la respuesta israelí y el desprestigio que sufre por manifestaciones de corrupción entre algunos de sus dirigentes.
Hamás siempre se había distinguido por una gestión eficaz de la ayuda internacional y casi nula corrupción -que marcaba una radical diferencia con la pro-occidental Autoridad Nacional Palestina (ANP)- a quien derrotó amplia y democráticamente en los comicios de 2006, que luego anularon sus impulsores y verificadores, la Unión Europea y Estados Unidos.
Primer round y trastienda
El primer round lo ha ganado Israel, al conseguir neutralizar el 99% de los drones lanzados por Irán, que advirtió se trataba de una respuesta medida al ataque de Israel a su consulado en Damasco, donde murieron varios jefes de la Guardia Revolucionaria; pero la bronca principal entre Tel Aviv y Palestina sigue sangrando.
Pasado un tiempo, habrá que pedir a arabistas que expliquen los errores consecutivos de Occidente en la región, que han propiciado el ascenso de chiíes en Iraq y Afganistán, en detrimento de sunitas y otras congregaciones; circunstancias que fortalecieron a los ayatolás iraníes, hasta las masivas protestas de 2022.
Los problemas internos de Irán no los ha provocado Occidente, sino la política errónea de los ayatolás, que siguen presos del legado de Jomeini y la amenaza nuclear, de la que dudan sus impulsores originales, Naciones Unidas y Francia, que transfirió “átomos de la paz” al Sha Mohamed Reza Pahleví, en los años 50 del siglo pasado.
Los árabes e iraníes conciben el tiempo y la política de manera diferente a europeos y estadounidenses, pero algo ocurre en Occidente, cuando los análisis más sensatos sobre el Medio Oriente suelen quedarse en las gavetas de universidades e institutos de investigación.
Un imprudente Obama apostó por la Primavera Árabe que provocó sendas victorias electorales de los integristas en Argelia y el Cairo (luego revertidas antidemocráticamente por los ejércitos), desangró a Siria, alarmó a Israel, Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y puso a temblar a Líbano, Jordania y Túnez que, junto con Egipto, son los únicos países y naciones de la región; el resto son territorios ficticios post Segunda Guerra Mundial, carentes de unidad nacional y cosidos a la fuerza por los vencedores de entonces.
Trump, otro imprudente, abandonó unilateralmente el apaciguador programa de cooperación nuclear con Irán, firmado por Obama, y con Francia, Alemania, el Reino Unido, Rusia, China que se mantuvieron fieles al acuerdo, actuando como moderadores del desafío atómico iraní. Un error tan costoso como la salida del acuerdo del Pacífico, que dejó el campo libre a los chinos en una de las cuencas más importantes del mundo contemporáneo.
Que los hutíes de Yemen se hayan metido en la revuelta y anden atacando navíos en el Mar Rojo y disparando cohetes contra Israel explica el alcance de la confrontación, a las que chiitas confieren siempre un carácter religioso, como hizo Ben Laden ante la presencia prolongada de tropas infieles (coalición occidental en defensa de Kuwait) en suelo sagrado (Arabia Saudí).
Curiosamente, fue un descendiente de judíos polacos, discípulo de Henry Kissinger y Secretario de Estado del gabinete demócrata de James Carter, el primero que alertó sobre el peligro integrista para Occidente, en varios memorándums, que mencionaba las Escuelas Coránicas y la penetración en África como elementos a tener en cuenta; pero nadie leyó esos papeles hasta los ataques al Pentágono y las Torres Gemelas, en septiembre de 2001; desde entonces han llovido atentados y misiles en los cuatro puntos cardinales.