SE PERDIÓ UNA BATALLA, NO LA GUERRA

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Esteban Fernández Roig
Miami.- La mañana del sábado 15 de abril del año 1961 recibimos las primeras noticias de que aviones prometedores de que la libertad se avecinaba atacaron el aeropuerto de Columbia, la Base Aérea de San Antonio de los Baños y el aeropuerto de Santiago de Cuba. Brincos de alegría dábamos. Era el preludio de lo que sería dos días más tarde LA GLORIOSA INVASIÓN DE PLAYA GIRÓN.
El corazón se me quería salir por la boca, la emoción era de enormes proporciones, me repetía una y mil veces: “¡Vamos a ser libres, ahora mismo!”
Solo algo me molestaba: “Contra, debieron avisarnos, alguien debió con antelación darnos armas y pertrechos para incorporarnos a la lucha” …
Pero me repetía con una sonrisa en mis labios: “Bueno, siempre he creído que los americanos saben lo que hacen” …
Salí para la calle, en busca de noticias nuevas y para saber de mis amigos que eran tan o más contrarrevolucionarios que yo …
No encontraba a nadie, el parque desierto, toqué en las puertas de Marianito Domínguez en el Residencial Mayabeque, de José Ángel Goiriena en la calle Habana, de Efrén Besanilla, y sus familiares me indicaban que los esbirros del G2 se los habían llevado presos …
En el camino de regreso para mi casa me tropiezo con mi mamá que iba en mi busca y me dice: “Tienes que irte de Güines, te acompaño hasta coger la guagua, vete para Luyanó a la casa de mi sobrina Silvia y quédate allá hasta que yo te avise” … Ella siempre actuando como la gallina gris en mi patio abriendo sus alas cuidando a sus pollitos.
Pude -con dolor de mi alma- enterarme que la invasión había fracasado, pasé de la euforia inicial a la mayor de las tristezas en cuestión de unos pocos días.
Tuve que soportar ver por la televisión por unos minutos al ser mas despreciable que ha producido la humanidad rugiendo y cantando victoria. Lo odié y lo sigo odiando hasta después de muerto.
Regresé a mi pueblo, y fue el momento cumbre de los oportunistas, se rompieron récords de gentuza incorporándose a las milicias …
Mi padre me recibió en el portal de mi casa, los brazos cruzados, tabaco Pita en la boca, me dio un abrazo y me dijo: “Calma, Estebita, solo se ha perdido un combate, la batalla final la ganaremos nosotros”.
Recobré las esperanzas que todavía hoy perduran en mí.

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