Por Jorge Sotero
La Habana.- La dictadura cubana se aferra cada vez más a sus supuestos viejos héroes y apela a ellos con la idea de mover la sensibilidad de esa parte de la población que aún cree un poco en la llamada revolución, traicionada desde el mismo año de 1959.
Hace unos días, al congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, llevaron a José Ramón Machado Ventura, uno de los personajes más repulsivos y anodinos de la cohorte de los Castro y quien durante mucho tiempo se encargó de todo lo relacionado con la organización en el ámbito del Partido Comunista.
Machado Ventura, quien ya dobló la curva de los noventa, ya no estaba en la referida reunión como pez en el agua. Estaba físicamente, pero la escasa claridad mental que le queda, lo situaba en otro lugar. Aceptó la invitación por compromiso, porque hubiera preferido quedarse en casa, en pijama, a dormir el mediodía, a esperar tranquilamente el final.
A pesar de los cuidados que tiene la dictadura con él, por orden directa de Raúl Castro, se nota que le queda poco. Tuvo la vista perdida, torpeza al moverse, le costó ponerse de pie y hasta a la hora de aplaudir se le perdían las manos. En cualquier momento, termina la historia de Machado Ventura, odiado y temido a partes iguales, sobre todo por la dirigencia comunista.
En tanto, a Guillermo García, otro que anda mal, también lo usan para cualquier cosa, porque los que dirigen ahora creen que cuando en un acto cualquiera se hace mención a un comandante de la revolución, la gente se va a erizar, como las mujeres de río Cauto, aquellas tres cacatúas que dijeron erizarse cuando vieron a Díaz-Canel.
En enero, durante la marcha de las antorchas, lo llevaron a la escalinata, y los encargados de entregarles una bandera pasaron trabajo para que el campesino que se encontró con Fidel Castro en la Sierra, tras el fracaso de Alegría de Pío, pudiera agarrarla. Se la daban y la soltaba, no podía cerrar las manos ni se daba cuenta de lo que querían que hiciera.
Ahora lo llevaron a Santiago de Cuba a presentar un libro, y dicen que dijo «Qué bueno estar en Santiago». Lo dice el periodista en un intento de nota cronicada, que es una de las piezas más ridículas que se puede leer.
Dicen que la ovación, tras las palabras del único campesino que tenía miles de cabezas de ganado, peleaba gallos y mandaba al nieto a comprar caballos a Arabia, estremeció Santiago. ¡Qué ridículo el de Granma!
Dice, incluso, el panfleto del Partido Comunista, que García Frías habló de la felicidad de volver al lugar donde «protagonicé grandes batallas». ¿Grandes batallas? Es de locos lo del régimen con la manipulación, con eso de grandes batallas, cuando lo que tuvieron las huestes de Fidel Castro y las tropas de Batista fueron unas escaramuzas y nada más.
El libro, en fin, se llama «Las batallas de Guillermo» y aunque yo no lo he leído, ni lo haré nunca, debe tratarse de una historia ‘tremenda’, cual si el nonagenario, apatarrado y corrupto excampesino hubiera sido poco menos que Alejandro Magno o Napoleón.
Sin embargo, según Granma, el libro «devino un soplo que inspira, motiva y moviliza», citando palabras del historiador que se encargó de moderar la presentación del texto.
En fin, a pesar de los cuidados que tienen con ambos -me refiero a Machado Ventura y a Guillermo, son candidatos a irse en este 2024, tal vez junto con alguno más de esos que se creen inmortales, que han estado siempre por encima del pueblo, que han acomodado a sus familias para todas las generaciones futuras y que han ayudado al sufrimiento de los cubanos.