Por Esteban Fernandez Roig Jr.
Miami.- Existe la errónea creencia de que cuando la tiranía hace polvo y cenizas a determinadas personas, ya por eso deben ser consideradas héroes por nosotros los adversarios del régimen.
Nada de eso; quede bien claro que porque el régimen considere desechable a un individuo, no lo convierte de sopetón en nuestro ídolo. Desde el mismo principio la actuación de Huber Matos en Camagüey me desagradó totalmente.
No son mis héroes Rolando Cubela (en la foto mucho más deteriorado antes de morir) ni William Morgan.

A Cubela lo detesté desde que me enteré que, junto a un grupo de asesinos y a sangre fría, acribillaron a balazos al Coronel Blanco Rico, en el Cabaret Montmartre.
Mientras que el americano Morgan me cayó como una patada desde que traicionó a Roberto Martín Pérez y a los invasores de Trinidad.
Los Castro despreciaban a Eloy Gutiérrez Menoyo, y yo también. Cuando la tiranía fusiló al General Arnaldo Ochoa, a Tony de la Guardia, y a varios sicarios más, no sentí ni un segundo de compasión por ellos.

“La revolucion devora a sus hijos» y yo digo ¡que bueno, bien merecido lo tenían por H.P.!
Cuando Raúl Castro hizo una limpieza implacable en el Ministerio del Interior. ¿Alguien puede imaginar que toda esa ralea de sicarios ganaron un concurso de simpatías conmigo? La verdad es que no hubiera derramado ni una solitaria lágrima si los hubieran fusilados a todos.
Por embarques de Fidel Castro murieron en Angola el General Raúl Díaz Argüelles, y en Bolivia cayeron el Comandante Gustavo Machín, el Che y varios esbirros más, y a mí qué diablos me importa.
Eliminaron a los generales José Abrantes, Enrique y Rogelio Acevedo y yo digo: ¡Me alegro en el alma!