Por Irán Capote ()
Pinar del Río.- Recuerdo que a las niñas de mi infancia, las madres las castigaban en las fiestas de cumpleaños. Podía darse el caso de que en medio de un veguerío, entre el polvo o el fango, les pusieran zapatos de charol y medias con bordes de encaje blanco o rosado.
Los zapatos eran el complemento de aquellas batas de encajes llenas de lacitos, vuelitos, bordados y cintas. Unas batas ostentosas que daban terror. Yo de verlas me asfixiaba. Y aclaro que no era envidia. En verdad sentía lástima de ellas porque apenas podían moverse en la fiesta, apenas podían mataperrear como hacíamos los varones.
Los varones, cuando había pasado media hora del cumpleaños, nos quitábamos las camisas y los zapatos y volvíamos a casa llenos de churre, pero con una experiencia tope de diversión.

Con el tiempo, fueron desapareciendo aquellas cintas y aquellas batas de encaje. Y les juro que yo fui feliz por esas niñas que pudieron esquivar esas condenas.
Y ahora, por estos días, cual demonio resucitado, veo la aparición de lazos más grandes que sus cabezas en adolescentes y mujeres adultas.
No sé si es masoquismo o nostalgia. Lo que sí sé es que siento la misma asfixia, la misma aversión.
Guardemos hoy un minuto de silencio por esas cabezas.