Por Pablo Modesto Pérez ()
Ciego de Ávila.- Era un moreno cuarentón que trabajaba como mandadero de una pulpería en 1823, tenía fama de ser muy guapetón, Don Juan y con cualidades para el canto que se encargaba de presumir a la más mínima ocasión.
Resulta que Cafunga se enamoró de una jovencita de apenas 16 años que trabajaba en la residencia de Don Francisco Mancebo, uno de los hombres más pudientes de todo oriente. La muchacha no le hizo caso, pero Cafunga se fue encarnando cada vez más en ella y más se emperró cuando supo que su amada se veía con otro.
Al viejo Cafunga se le subió lo de guapo que llevaba por dentro y comenzó a decir que donde quiera que viera a Ramón, el novio de la muchacha, le iba a dar uno solo que le partiría la crisma, sus palabras llegaron a oídos de Ramón, quien era un negrón que le doblaba la estatura y más joven.
Ramón se dio a la tarea de buscar a Cafunga, a quien se encontró en la Plaza Mayor mientras alardeaba.
Cuando Cafunga vio a Ramón que iba a su encuentro, se puso blanco del susto antes de salir corriendo.
Ramón no llegó a tocarle ni un pelo, ya que el viejo cayó muerto justo cuando pasaba a toda velocidad por el frente a la Iglesia de Dolores. Un infarto en plena carrera lo había hecho estirar la pata.
De esta forma murió Cafunga, según la versión de los santiagueros.