Por Léster Alba López
Camagüey.- Había una vez en la pintoresca ciudad de Camagüey, una mujer valiente y trabajadora llamada Francisca Rosales. Durante 37 años, Francisca había sido camarera en el prestigioso Hotel Colón, donde derrochaba amabilidad y alegría a todos los huéspedes que tenía el placer de atender. Sin embargo, cuando se jubiló en 1991, se encontró enfrentando dificultades financieras, porque su pensión no era suficiente para cubrir sus necesidades básicas.
Decidida a no rendirse ante las adversidades, Francisca tomó una valiente decisión. Comenzó a vender cucuruchos de maní tostado para complementar sus ingresos. Todos los días, antes del amanecer, se levantaba para preparar su delicioso maní y emprender su viaje hacia la ciudad, a unos 6 kilómetros de distancia.
Con determinación inquebrantable, ofrecía sus cucuruchos a un precio accesible de 15 pesos. Sin embargo, su corazón generoso la llevaba a regalarlos a personas mayores que, como ella, luchaban por sobrevivir en tiempos difíciles. Su filosofía de vida era clara: «Haz el bien y no mires cómo hacerlo».
A pesar de las dificultades económicas que enfrentaba diariamente, Francisca se aseguraba de ofrecer un producto de calidad. Aunque tuvo que reducir la cantidad de maní que compraba para vender debido a los altos costos, nunca comprometió la excelencia de su producto.
Con el paso del tiempo y gracias a su arduo trabajo y perseverancia, Francisca logró ahorrar lo suficiente para comprar un refrigerador. Este símbolo de progreso representaba mucho más que un simple electrodoméstico; era el fruto tangible de su esfuerzo y determinación.
La historia de Francisca Rosales resonaba en toda la ciudad, inspirando a otros con su ejemplo de trabajo duro, generosidad y optimismo ante la adversidad. A medida que los años pasaban, su legado se convertía en una fuente inagotable de inspiración para las generaciones venideras.
Y así, entre cucuruchos de maní y actos desinteresados de bondad, la vida de Francisca Rosales se convirtió en un testimonio viviente del poder transformador del trabajo honesto y el amor al prójimo.
La historia real de Francisca Rosales nos recuerda la importancia del esfuerzo perseverante y la generosidad desinteresada en medio de las dificultades. Su ejemplo perdurará como un faro de esperanza y valentía para todos aquellos que enfrentan tiempos difíciles.