Por Carlos Cabrera Pérez (Especial para El Vigía de Cuba)
Madrid.- Evelio, que en otras vidas se llamó Leonardo o Antonio, se da un trago de café amargo y se asoma a la ventana, mira a la calle sucia y la acera rota, por donde los niños brincotean hacia la escuela, mira su teléfono celular y comprueba que aún no ha llegado la transferencia mensual de su hija, emigrada a Canadá, donde no se mete en nada porque cree que la política es muy cochina.
Su mujer saca el uniforme, con charreteras de coronel, del closet del cuarto que usaba la niña, lo cepilla y duda si repasarlo con la plancha, pero lo deja sobre la cama; su marido ha ido a la panadería privada que un vecino repatriado desde Estados Unidos ha puesto para alivio dulce y salado del barrio.
Para Evelio comprar el pan suyo de cada día es un buche amargo porque nunca se trató con el panadero, que lo recibe como a un cliente más y no ha reparado en que aquellos ojos – que ahora gozan ante la vidriera limpia y olorosa- lo miraban con desconfianza, aunque nunca con desdén, la relación era de un leve saludo y adiós; como ahora, pese a los deseos del coronel de entablar alguna charla intrascendente que retrase su vuelta a las cuatro paredes, donde se sumerge durante casi todo el día jugando al Solitario contra sí mismo, salvo los momentos de almorzar y comer, cuando su mujer se asoma discreta y lo conmina.
Comen casi en silencio y Evelio no replica los comentario de su mujer sobre la escasez y la carestía, asiente callado, aunque calculando cuántos panes podría comprar con su pensión o si pudiera tomarse un potaje de vigilia, como los que hacía su abuela española con bacalao y espinacas, comprados en los Cuatro Caminos. El coronel ha visto deteriorarse el paisaje año tras año y, en 1989, se convirtió en un zombi, al que el mando ofrecía trabajar en turismo, gastronomía o empresas de la construcción y que fue evadiendo por miedo a caer preso ante el auge del robo.
A la vuelta de la panadería, el celular le avisa que ha entrado la remesa de la niña y deja escapar una leve sonrisa; más alivio que alegría, se ducha, se afeita, y sale del baño en calzoncillos hasta el cuarto, donde su mujer ha colgado el uniforme de coronel en un mueble auxiliar. Pero él ignora la prenda y se viste con pitusa, pulóver, popis y una gorra de los New York Yankees, y avanza hacia la puerta para ir hasta el banco y sacar parte del dinero recibido.
– ¿Evelito, tu no vas a ir al acto?
– ¿Qué acto, Zoila?
– Viejo, hoy hace 65 años que fundaste, junto a tus compañeros, la seguridad. ¿No te acordabas?
– Ah, fue hoy… es que tengo que hacer unas gestiones y no me da tiempo.
– Los compañeros han insistido mucho en que estuvieras presente.
– Zoila, hace muchos años que estoy ausente.
– ¿Y tú no piensas cambiar?
– Sí, todos los meses cambio parte del dinero que envía la niña…
– Evelio, ¿tu te vas a morir así?
– No jodas, Zoila, yo llevo muerto treinta y cinco años, pero como respiro y hablo, tu te crees que estoy vivo. Si llama alguien de los combatientes, dile que estoy en la cola de la gasolina, anda.
* Este 26 de marzo, se cumplen 65 años de la fundación de la Seguridad del Estado castrista.