Por Padre Alberto Reyes (Especial para El Vigía de Cuba)
Evangelio: Mateo 26, 14-25
Camaguey.- Uno de los aprendizajes más interesantes del ser humano es su capacidad para prever lo que puede dañarlo, a fin de protegerse y conservar su integridad.
Jesús, sin embargo, no se protege, no huye, no se esconde. Deja que la terrible pasión que preanuncia llegue sobre él, porque sabe que es una pasión necesaria para realizar el proyecto del Padre.
Cristo vino a redimirnos, y redención significa pagar un precio para liberar de la esclavitud a un cautivo. Hasta la venida de Jesús, el ser humano estaba bajo el poder del mal, y el único modo de ofrecer al ser humano un camino de libertad plena y permanente era una ofrenda gratuita y total. Gratuita porque era sólo por los demás, porque Cristo ni tenía pecado ni estaba bajo el poder del mal; y total en cuanto que ofrece lo máximo que se puede ofrecer: la propia vida.
No nos gustan las tormentas. Solemos evitar a toda costa cualquier cosa que suponga para nosotros un problema, una dificultad, un malestar. Sin embargo, muchas veces, el único modo de llegar a puerto seguro es teniendo el coraje de asumir que hay que atravesar la tormenta.
Los miedos a las tormentas tienen muchos nombres: «paz a cualquier precio», ser «políticamente correcto», esperar «a ver si el tiempo por sí solo cambia las cosas», o simplemente, la política del avestruz, fingir que no pasa nada, fingir que todo está bien, mientras la procesión va por dentro, y apretamos los puños y los dientes para luego terminar sonriendo amablemente.
Cuántos problemas familiares se eternizan y corroen el hogar por el miedo a que alguien se disguste; cuánta bilis tragamos en el trabajo, con los vecinos, con los amigos incluso, para fingir que todo está bien cuando sabemos que todo no está bien; cuántas máscaras aprendemos a usar para esconder lo que nos está lacerando y no nos atrevemos a enfrentar; cuánto sufrimiento personal asumimos antes situaciones sociales inaceptables por el miedo a la tormenta que pueda significar el decir: «¡Basta ya!».
La tormenta de Jesús fue terrible, pero gracias a que la asumió, todo cambió para este mundo, todo gracias a ese firme: «¡Yo soy!» cuando la turba dijo que buscaba a Jesús de Nazaret” para condenarlo y crucificarlo.
Cuando la vida se convierte en huir se hace imposible dirigirse a algún lugar. No hay metas, no hay puerto al cual llegar, la vida se convierte en evitar las tormentas, y cuando construimos nuestra vida en torno a la evitación de las tormentas necesarias, podremos sonreír mucho, y ser bien recibidos en muchos sitios, pero al precio de condenar a la esclavitud nuestra única vida y, a veces, también la vida de los que nos rodean.