EL HAMBRE, LA PAZ Y LA LÓGICA DEL DISCURSO OFICIAL

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFEEL HAMBRE, LA PAZ Y LA LÓGICA DEL DISCURSO OFICIAL
Por Dariel Gutiérrez Morgado ()
Matanzas.- Cuando gente con hambre en Cuba decide expresar en el espacio público físico que tiene hambre, el discurso oficial habla de amenaza a la paz. Cuando gente privada de un conjunto de derechos en Cuba decide exigirlos o ejercerlos en el espacio público físico, el discurso oficial habla de amenaza a la paz. Cuando gente con hambre o privada de un conjunto de derechos en Cuba no se expresa en el espacio público físico y permanece callada o hablando en voz baja frente a la olla vacía, el discurso oficial no habla de amenaza a la paz.
Desde la lógica del discurso oficial, no son amenazas a la paz: el hambre, las pésimas condiciones de vida, la falta de libertades, la exclusión política de una parte de la ciudadanía, los salarios y pensiones miserables, la pobreza y la desigualdad crecientes, sino la poca delicadeza de quienes los padecen de juntarse para expresarlo.
Es paradójico que quienes contribuyen a invisibilizar estas auténticas amenazas a la paz asuman como tal la que constituye una de sus expresiones más saludables. Las manifestaciones ciudadanas contribuyen a que se tome conciencia sobre determinados posicionamientos, problemáticas, conflictos, que poco favor le hace a la paz que permanezcan debajo de la alfombra. Incluso, aunque no logren sus objetivos, empoderan a la ciudadanía, las juntan con un propósito compartido, propician la reflexividad social, y otras tantas cositas buenas que saben perfectamente muchos de los que repiten en los espacios oficiales que las manifestaciones en Cuba no sirven para nada.
Más o menos conscientes, los que se acuerdan de la paz en días de manifestaciones están reduciendo el concepto a una noción ideológicamente motivada de normalidad y orden. Cuando hablan de amenaza a la paz en realidad hablan de amenaza a su paz, a su representación de la vida, a su reproducción social interrumpida de pronto por un grupo de intrusos actuando fuera del guión de su obra. Lo que no soportan es la idea de que quienes solo deben manifestarse cuando se les orienta y hablar cuando se les da la palabra se hayan acordado que tienen esos derechos y los hayan ejercido.
La manifestación es una amenaza para ellos porque trastoca los roles cuidadosamente establecidos, profana su monopolio político del espacio público, y eleva las voces de la ciudadanía por encima del discurso oficial. Es por eso que tras ella, raudo, llega el esfuerzo por corregir la herejía y devolver la voz a sus dueños habituales. Es por eso que nuestra prensa pública –que no le orientaron estar, aunque es pública– no pudo ponerle un microfonito, si no el primero –que bien sabemos a quién se debe– al menos el último, a algunos de los manifestantes para que contaran sus intereses, sus demandas, sus denuncias, lo típico que se les pregunta a los manifestantes en los reportajes que ellos entusiastamente comparten en nuestros medios sobre protestas en otros países. Restablecida su tranquila tranquilidad de paz libre de amenazas, las voces de los manifestantes que escuchamos juntas no hemos podido escucharlas separadas, y el relato oficial es el Relato.
Como la república martiana, también la paz a la que debemos aspirar tiene que ser una paz para todos. La paz como derecho de todos y no como privilegio de una parte. La paz en las dos modalidades que plantea el sociólogo noruego Johan Galtung: la negativa, como ausencia de violencia directa, pero sobre todo la positiva, que incluye el bienestar de las personas, el respeto de los derechos y el afianzamiento de valores y actitudes ciudadanos que contribuyan a construirla y a preservarla.

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