Por Eduardo González Rodriguez ()
Santa Clara.- A mí no me importan los culpables. La mayoría de las veces los culpables se esconden detrás de un buró, o están a la vista de todos, muy bien vestidos y olorosos, frente a un micrófono. Siempre tienen el poder, siempre tienen la razón y siempre prometen justicia y alimentos: dos cosas que jamás pueden cumplir, precisamente por eso, porque son culpables y lo saben.
Lo peor, cuando alguien se cansa de que todo vaya mal, no tira las bombas a la casa del culpable. Bombardea tu casa y la mía porque nosotros no tenemos guardaespaldas ni equipos élites que nos cuiden el pellejo.
Ellos sí. Invierten millones para evitar que un francotirador les abra un pozo en la cabeza. Y cuando dicen que están trabajando duro para hacerte feliz, es porque descubrieron otro modo de engañarte. Así funciona, así funcionó y así funcionará mientras pongas tu corazón en los de arriba. Observa que mientras matan a tus hijos en el frente, los hijos del culpable están de vacaciones en Marbella, o en Cancún, rodeados de manjares y de las putas más hermosas del planeta.
Por una vez olvida a los culpables. Esos no tienen salvación posible. Trata de ponerle voz al inocente, al que muere por nada, al que arrancaron de la tierra con su pequeña raíz de cuatro años. No sigas el discurso hipócrita de los diarios y las noticias de las ocho. Esas, también, son las herramientas del culpable… y un culpable profesional, bien estudiado, te dirá siempre que la culpa es del vecino.
Cuando te reúnas con los tuyos a la hora de la cena, no hables del culpable, habla de los inocentes pisoteados, de esos que antes de morir ya estaban muertos. Explícales que la inocencia humana es el carbón que mantiene vivo el horno del poderoso. Diles que vale la pena llorar cada muerte innecesaria aunque la muerte te quede a tres mil kilómetros del patio.
No te calles en la cena, por favor. Habla hasta por los codos. Convence a los tuyos de que cada niño muerto es un libro inconcluso, un padre sin germinar, la vacuna que pudo salvarnos, el otro futuro que nos merecíamos y la carcajada a todo pecho que nos está quitando el periódico.
¡No te calles, que las estadísticas no engañan! Están muriendo miles de inocentes en el mundo… miles de inocentes y no hay un solo culpable muerto.
Al final, si puedes, explícales también -y trata de hacerlo sonriendo- que existe la posibilidad de que un día vengan a buscarte. A estas alturas hablar es un delito, eso se sabe. Pero, de todas maneras, es bueno que lo sepan: si vienen a matarte, el asesino también estará muriéndose de miedo.No lo duden.