Raúl Mondelo
Palafruguell.- Recién he visto un documental (bien documentado) sobre las últimas horas de Salvador Allende en La Moneda. El material incluye el reconocimiento de sus restos tras la exhumación realizada en 2011. Se tenían dudas que el ataúd sellado que se entregó a su viuda el 12 de septiembre de 1973 contuviera realmente el cadáver de Allende. Pero el análisis de los restos y el testimonio de testigos presenciales de aquellas horas finales, arrojaron que efectivamente eran los restos del presidente chileno y que se disparó bajo la barbilla con su fusil AKM-47, regalo de Fidel Castro. Debió manipularlo para ponerlo en modo ráfaga (esto es posible en este tipo de arma) pues se disparó dos balazos que le destrozaron el cráneo.
A los cubanos, sin embargo, durante mucho tiempo nos contaron que Allende había muerto ametrallado por el enemigo mientras resistía a tiro limpio desde su despacho en La Moneda. Y todo porque en la épica revolucionaria se niega heroicidad al suicidio, aún cuando no quede otro camino aparte del escarnio y la muerte inevitable. Allende no debió entenderlo así, y como dijo Alejandro Dumas: “lo que hace a un hombre es lo que haces cuando llega la tormenta”. Él se suicidó.
Este suicidio histórico me lleva a un no suicidio también histórico: el de Ernesto Guevara, quien después de ser atrapado, reconoció que él no debió quedar vivo. Así lo contó un testigo de parte, Félix Rodríguez, agente de la CIA implicado en la operación de inteligencia que facilitó su captura.
El hecho fue que se le atrapó con vida.
La versión más extendida sobre su escaramuza final describe que, a diferencia de Allende, el guerrillero, herido sin gravedad en una pierna, disparó su fusil hasta que este quedó inutilizado por un disparo, de modo que si pensó en suicidarse, el fusil ya no le servía. ¿Y una pistola, un revólver?; ¿es posible que no llevara encima un arma corta como por ejemplo la Browning que sí portaba en la toma de Santa Clara (1959)? Alguien ha afirmado que entre sus pertenencias había una pistola sin cargador, pero esto puede que sea cierto o no. He rastreado el dato sin corroborarlo, y en toda su iconografía en Bolivia no hay una sola foto en la que pueda distinguirse que llevara consigo un arma corta. Repito: ¿Por qué entonces no se suicidó aquel 8 de octubre en la Quebrada del Yuro, acaso por falta de un medio o por complejos judeo-revolucionarios como los que llevaron a Cuba obviar el de Salvador Allende?; o quizá creyó —y este sería un pensamiento comprensible— que aún quedando prisionero tendría alguna posibilidad de sobrevivir.
La naturaleza humana es impredecible cuando nos llega la tormenta.