Tania Tasé
Berlín.- Ella nunca habría podido imaginar que ese día caluroso del año 2002 sería uno de los más desagradables en la vida de una de sus hijas. Al ver partir a las niñas hacia la escuela, les tiró un beso desde el balcón al tiempo que les hacía un gesto, no hacía falta más para que entendieran que debían prestar atención al cruzar la peligrosa Avenida de los Cocos.
Como cada día sintió la soledad espantosa que provoca la inactividad no elegida. Ver día a día como todos sus vecinos partían apurados desde bien temprano a sus trabajos y los niños a la escuela, mientras ella no tenía a dónde ir, porque era rechazada una vez y otra en todos los trabajos a los que aplicaba, la sumía en una depresión difícil de manejar. Y observar sus manos grandes y fuertes forzosamente inactivas, pensar que todos los conocimientos que había adquirido a lo largo de su aún corta vida no serían útiles a nadie; la superaba. Entonces ella leía como único refugio contra la ansiedad. Así aprendía cosas que tampoco servirían a nadie más allá del círculo pequeñísimo que conformaban sus amigos y sus hijas.
Estaba mucho tiempo al sol en el balcón, mirando el mar y buscando respuestas. Así transcurrían las horas de lunes a viernes hasta que al fin llegaban sus hijas de la escuela y comenzaba una rutina mucho más agradable. Las horas más felices de cada día.
Esa tarde fue diferente.
-Fidel besó a mi hermana, entró gritando la más pequeña, muerta de la risa.
-¿Qué Fidel?, preguntó estúpidamente la mujer, mientras miraba a su hija mayor.
-Mamá, Fidel, Fidel.
La mujer notó que su hija mayor no estaba tan divertida como la otra y le dijo: cuenta.
-Nada, mami, Fidel fue a inaugurar la escuela después de los arreglos y me escogieron para leer una poesía y regalarle un cuadro. Y entonces él me abrazó y me besó, dijo de mala gana la niña. Después te cuento más, ahora tengo hambre.
Observaba con mucha atención a su hija mientras merendaba, pero no encontraba sus ojos. Después no supo muy bien cómo retomar el tema, pero la pequeña misma lo hizo de manera inesperada:
-Olía mal, tenía peste.
-¿Cómo peste? ¿A qué olía?
-A cigarro.
-Eso no puede ser, hace muchos años dejó de fumar. ¿Olía como yo?
-No, mamá. Huele como el abuelito H.
Entonces supo ella que su hija no se equivocaba o le mentía. H. era un anciano que sus hijas conocían desde muy pequeñas y lo besaban y abrazaban cada vez que se lo encontraban porque siempre tenía una palabra de cariño y alguna golosina acompañante para “las jimagüitas”. Como a muchos otros viejitos más del barrio. Pero H. tenía un tabaco perenne en la boca. No recordaba haberlo visto nunca sin su mocho entre los dedos o en los labios. Ella misma a menudo le regalaba uno.
-¿Y por qué no me dijiste antes que te habían escogido para el acto?
-Porque yo no lo sabía, mamá. Nadie me dijo nada, le dijeron a Fidel que yo tenía buenas notas y me dieron un papel con el comunicado y una poesía para que yo leyera que los pioneros estábamos contentos porque la escuela la habían dejado nuevecita. Y me filmaron, dicen que después le dan a la directora el vídeo. Voy a salir en la televisión, mamá. Y yo no quiero porque estaba despeinada.

-Y entonces, mami. ¿Fidel dice mentiras?
Después de un rato pudo hablar al fin: Sí, nos miente a todos en todo. No dice una palabra que sea verdad.
No se arrepintió a pesar de los ojos asustados de las niñas y de la voz susurrante que le dijo: negra, habla bajito.
A hablar bajito es algo que ella nunca aprendió. Es así como va a morir: gritando. Hasta que todos los sordos por voluntad propia, no puedan negar que oyeron su grito.
La visita de la Bestia fue en el año 2002 a la escuela primaria Jesús Menéndez de la zona 6 de Alamar. Allí se hizo el acto de inauguración de las más de 700 escuelas reparadas, reconstruidas o de nueva construcción en varios municipios de la Habana, la mayoría de ellas en la Habana del Este. Hubo que hacer aulas nuevas para las clases de computación que se incorporaban a la docencia primaria. También fue el tiempo de los maestros emergentes, la mayoría niños no mucho mayores que las hijas de la mujer de esta historia en ese tiempo. Como era una cifra enorme de escuelas a construir y reparar y tenía que hacerse todo en tiempo récord, el resultado fue un himno a la chapucería. En Alamar, por ejemplo, se pintó la parte de los edificios que daban a las calles por donde pasarían la Bestia y su comitiva, y solo esas calles fueron reparadas superficialmente y los terrenos aledaños chapeados. El resto de Alamar mantuvo la destrucción, suciedad y desastre de siempre.
Pero la Bestia no fue el único culpable: No hubiera podido hacerlo sin la aprobación fanática e irresponsables de unos, y la desaprobación explícitamente silenciosa e igualmente irresponsable del resto. Honrosa excepción a tener en cuenta: los pocos que se le enfrentaron de frente y lo pagaron con su vida, o con castigos tan grandes que les hizo renegar del deseo de vivir: cárcel, destierro, escarnio público y pérdida de la identidad, familiares, amigos, barrio y nación.
Es demasiado recurrente la imagen de dictadores amorosos con los niños. En todos los continentes y en todas las épocas.
Ya la Bestia no está y me pregunto: ¿Qué ha cambiado? ¿Qué hemos cambiado?
¿Lo haremos algún día?