NO PONER CARTELES

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Por Marta Castillo
La Habana.- Cierto día hace unos años, ya en el nuevo siglo, tuve que esperar la ruta cincuenta y ocho en la parada de Prado y Colón para regresar a mi barrio de Cojimar. Atardecía, la demora de la guagua se hizo larga. Me pongo a revisar mi agenda para calmar la impaciencia, sentada en los bancos del paseo del Prado, con sus leones como testigos.
Cuando llegó el ansiado transporte salí corriendo y olvidé mi agenda de trabajo sobre el frio banco de mármol, solo me percaté al llegar a casa. Mi agenda es mi otro yo, ahí pongo todo lo del negocio y lo personal. Los pagos hechos, las deudas, lo que debo hacer cada día, las citas, las compras, los pendientes. Perderla no era una opción aceptable.
Lo primero que se me ocurre es llamar a un amigo que vive cerca para que vaya a ver, pero no la encuentra. Durante la noche apenas pude dormir, se me ocurre preparar unos carteles ofreciendo una recompensa a quien la encontró para que me la devuelva. Lo tengo todo listo al amanecer y salgo para el lugar a poner los carteles, hay espacio allí, gruesas columnas, algunas de mármol, se puede pegar fácilmente el papel.
Cuando iba por el octavo cartel con mucho ruido y algarabía se acerca un agente del orden, vociferando tanto que apenas entendía lo que me decía, pero las señas eran más que claras, “quite eso de ahí”, lo repetía una y otra vez, hasta que ya estuvo frente a mí.
Trato de explicar pero el grita más y no me deja hablar. Se comunica por radio con otro agente al que deja a cargo de la situación. Ya había entendido que debía quitar los carteles y en eso estaba cuando el nuevo agente se dirige a mí llamándome por el título de “ciudadana” que le diera mi documento de identidad.
Tarda una eternidad en escribir mis datos en su misterioso registro, mientras lo llaman por la radio para dar parte del incidente. Ya se había aglomerado en la famosa esquina una multitud de curiosos. Llegó un camión de donde descendieron combatientes uniformados, de los llamados tropas especiales. Solo faltó el apoyo aéreo.
El de la radio le pregunta al agente que escribía mis datos con la paciencia del siglo, qué decía el cartel, él no responde sigue escribiendo, le pido que lo haga varias veces, parecía sordo, solo escribía cada letra como si no hubiera nada mas importante en la tierra, hasta que puse uno de los carteles entre mi documento de identidad y su registro misterioso, como no pudo continuar con su tarea respondió “una ciudadana que perdió una agenda”.
Fue mi salvación. Le ordena me devuelva mi documento y me deje marchar. Ya daba igual, en el estado al que me llevó podrían haberme metido en un calabozo y no me habría dado cuenta, solo atiné a preguntarle: ¿por qué me hiciste esto?
–Es que andan ciertos elementos por el barrio poniendo carteles contrarrevolucionarios–. Respondió el agente.
Nunca encontré la agenda, pero eso carece de importancia.

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