LA LIBERTAD NOS DEBE LLEGAR

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Luis Rodríguez Pérez

La Habana.- Muchas cosas suceden por estas horas; una vorágine de inquietud, de tristezas y de esperanza nos envuelve a todos. Gracias a que el indiscutible líder de nuestras rebeliones, «El Interminable Apagón», apareció por nuestra Patria, nos parece cercano el final del Oprobio. Y esto último lo digo, con cierta ironía, pues quisiera que la Libertad aparezca por cosas más elevadas; no obstante, por apagón o por falta de pan, por ausencia de medicamentos o por hambre, me alegro y me alegraré de la llegada implacable de nuestra Libertad. Siendo libres, por el camino iremos aprendiendo a valorar esas cosas por las cuales deseo que Cuba despierte.

Primero, mi apoyo total a la familia que está en el santuario del Cobre. Ya no pueden decir que los cubanos de allá «hablan mucho» porque no están aquí. ¡Qué valor! ¿Estarán locos? Bueno, siempre ha sido así: unos pocos arrancan, sufren, se levantan y la multitud se suma después. Aunque, estoy consciente, un ejército no se reúne en una misma trinchera, sino que debe andar repartida por diferentes lugares estratégicos y de importancia. Porque entonces, podríamos decir que Martí no luchó nunca, cuando lo hizo, lo mataron. Y todos sabemos, que después de tantos fracasos, el apóstol, desde tierra lejana, le ganó la guerra al imperio español.

Segundo, me llamó Lizandra Góngora. Le pusieron la progesterona y su sangramiento se detuvo. Tiene un fibromas en un ovario; corría mucho peligro, ella padece sicklemia, que es una forma de anemia. Ahora deberían hacerle un «legrado diagnóstico» para comprobar la magnitud del daño y comprobar si es motivo de intervención quirúrgica. Para ello, necesita ser trasladada a la Habana. Y he aquí el problema, pues todos sabemos que allá, cerca de la capital, está su manada de angelitos sin cielos, que es la dolor con que la intentan domesticar. Hermanos, le conté a Lizi el apoyo que circula por las redes en su nombre. Se emocionó, les manda un abrazo e infinitas gracias. Me dijo que ahí estaba ella, que no importaba si pudiera morir, lo que sí no iba a suceder es que dejaría de gritar «Libertad», que es imposible que se fuera a rendir.

– Lo sabemos, Lizi, lo sabemos -le dije, y la llamada terminó.

Volvió a timbrar, y quien cogió el teléfono fue Angélica Garrido, que está de pase. Y así las dejé, solas; no quería intervenir, interrumpirlas ¿Cómo podría desenredar ese abrazo sublime de voces!!

¡MIL VECES, LIBERTAD!

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