Por Manuel García Verdecia
La Habana.- En situaciones de agudos conflictos que afectan a grandes multitudes, desgraciadamente no siempre es la mayoría la que sale a enfrentarse a las situaciones nocivas para resolverlas y lograr una vida decente. Esto lo trata atinadamente el novelista Milan Kundera en su novela “La insoportable levedad del ser”, que describe la vida de su natal Checoeslovaquia bajo el régimen soviético.
Tomás, el personaje principal, un diestro cirujano, muy admirado en su hospital, se percata de que en su país muchas personas dejan que sucedan abusos y excesos cotidianos bajo el supuesto de su inocencia. Entonces escribe un artículo donde compara lo que sucede en su entorno con la realidad de Edipo Rey, que ha matado a su madre sin saberlo. Este, al percatarse, no puede soportar el peso de su culpa a pesar de su desconocimiento, así que se perfora los ojos y huye lejos a expiar su error.
Tomás compara el acto con la actitud de todos aquellos que, indirectamente participan del desastre con las excusa del ‟No sé” y se pregunta si un hombre es totalmente inocente cuando no sabe. Se rebela ante aquellos que dicen tener la conciencia limpia pues se justifican con su desconocimiento, con su acción desinteresada. Entonces deduce una contundente conclusión: ‟¿No reside precisamente su irremediable culpa en ese «¡no sabía!, !creía de buena fe!»?” Lo cual lo hace resumir con inobjetable sensatez que, además de los mañosos criminales, los culpables de los tremendos crímenes son los entusiastas, esos que asumen las edulcoradas fantasías y ponen su jubilosa energía en ayudar a conseguirlas, apuntalando irresponsable y jubilosamente los más cruentos desastres.
Y efectivamente, este escudarse en el no saber es un acto criminal. El hombre tiene que estar apercibido de cuanto ocurre a su alrededor, sentirse partícipe de los acontecimientos por los que su vida transcurre y asumir su ineludible responsabilidad ante sus semejantes. Es esto los que nos hace seres para la libertad y la justicia.
