Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa
Toronto.- A pesar de los 65 años de mentiras, propaganda, extrema violencia, censura, desinformación y crímenes tan aborrecibles como el hundimiento del Remolcador “13 de Marzo”, la dictadura castrocomunista no ha podido silenciar las voces disidentes. Miles de hombres y mujeres han ofrecido lo mejor de sí y han sacrificado sus propias vidas en pos de una patria libre y digna, como la soñaron Céspedes, Agramonte, Maceo, Martí.
Nunca es suficiente insistir en los datos: En poco más de un siglo el Socialismo real aplicado en casi 40 países muestra la escalofriante cifra de 150 millones de asesinatos, el 90 por ciento de ellos cometidos contra la población civil. La visión renovadora de un Mijaíl Gorbachov que sin querer (o queriendo) impulsó reformas políticas y económicas terminaron en la caída del Muro de Berlín y la propia desintegración del bloque soviético.
A Cuba no llegaron aquellos aires del cambio. El viejo dictador se aferró al poder e insistió en su fórmula: Represión, represión y represión. En los oscuros años ’90, en medio de una crisis material y espiritual de la que todavía no se sale, se fue forjando la nueva generación opositora, que era el relevo natural de la Brigada 2506, de los Guerrilleros del Escambray, de Huber Matos y Mario Chanes de Armas. El Castrismo carga en su espalda y su conciencia los nombres de 10 mil víctimas mortales, incluyendo a niños, mujeres y ancianos.
Esta vez las armas de la disidencia han sido el periodismo independiente, el arte contestatario, la acción cívica. Los nombres de Oswaldo Payá Sardiñas, Raúl Rivero, Laura Pollán, María Elena Cruz Varela, Tania Díaz Castro, Vladimiro Roca y Gustavo Arcos Bernes, entre tantos otros, representan esa digna generación de opositores pacíficos y comprometidos con la democracia. Es cierto que, dado el absoluto control informativo, la permanente propaganda o el desinterés, una buena parte de la población, la mayoría, desconoce las caras y la labor de los disidentes en la isla.
La llegada del Internet, la telefonía móvil y las redes sociales ha roto el muro de la desinformación, muchos se animan a denunciar la violencia y los casos de corrupción que golpean la existencia de millones de personas. Pero siempre será poco todo lo que se haga en favor del cambio, de explicar la verdad sobre nuestra tragedia. En una parte del mundo se sigue hablando de Cuba como potencia médica y educacional, de un país que progresa más allá del “bloqueo”, de una tierra que encanta por su música, hospitalidad y calidad de sus Habanos. El régimen cuenta con poderosos e influyentes aliados (cómplices) en los cinco continentes.
El 11 de julio del 2021 fue un despertar, un generalizado grito por la libertad y el progreso. Se escuchó alto y claro el clamor de un pueblo hastiado de la mentira y las promesas del paraíso. Hoy, en las cárceles de la dictadura, pagan injusta condena y sufren todo tipo de torturas, más de mil presos políticos, cuyos destinos dependen de lo que haga el resto de la nación. La vigilancia, las detenciones arbitrarias, los actos de repudio no cesan contra los grupos, partidos y organizaciones que se enfrentan al Estado cubano.
Hay un hombre, no es el único, que ni las carencias materiales ni los apagones ni el hostigamiento han podido doblegar. Un hombre que, desde su natal Ciego de Ávila, lleva más de 30 años desafiando de manera frontal y abierta a Fidel Castro y sus sucesores de turno. Un hombre que no se queja ni se cansa cuando se trata de auxiliar a un preso o ayudar a los familiares de éstos. Un hombre al que tengo el orgullo de llamar Amigo.
Juan Carlos González Leiva es un cubano nacido en 1965, en el poblado de Colorado, en la provincia de Ciego de Ávila. A los 21 años perdió la visión, pero ésta condición no frena sus intenciones de estudio y superación y para 1996 se graduaba en Derecho en la Universidad de la Habana. Ya en 1993 le escribe dos cartas al dictador para exigirle cambios en los ámbitos de la economía y los Derechos Humanos. Por su activismo político le es negado empleo en algunos de los bufetes de abogados de varias ciudades del país.
En 1998, Juan Carlos González Leiva y un pequeño grupo de amigos crean la “Fraternidad de Ciegos Independientes de Cuba” y la “Fundación cubana de Derechos Humanos”. Su labor se concentra en prestar asistencia jurídica a los condenados por delitos contra la Seguridad del Estado y a procesar e informar sobre las denuncias de violaciones a los derechos humanos que cualquier ciudadano presentara.
En 2002, luego de su vinculación con la prensa independiente, la fundación de Bibliotecas Independientes y la organización de un congreso nacional sobre derechos humanos, Juan Carlos fue detenido y, sin juicio, conducido a la prisión de Pedernales, Holguín, donde pasaría dos años. Su condición de invidente no lo eximió de la tortura y el castigo; negar la visita a familiares, echar en la comida pedazos de plástico o basura, hacer ruido en las noches para impedir el sueño, rociarle con químicos para quemar su piel o provocar alucinaciones e intentar asesinarlo exponiéndolo al contacto con cables eléctricos fueron parte del calvario en el que algunas veces deseó la muerte.
Aferrado a su fe y a una profunda vocación martiana, Juan Carlos González Leiva se niega a renunciar, no cesa en su actividad libertaria. Desde una su modesta casa, casi sin recursos y vigilado, ahora enfoca su trabajo en los presos del 11 de Julio. Lleva un registro detallado de alrededor de 500 prisioneros de los que recoge periódicamente las denuncias de maltratos, torturas y vejaciones a los que son sometidos, visita y ayuda a los familiares de los detenidos y colabora con la organización “Prisoners Defenders”, una ONG radicada en España que monitorea y denuncia en foros internacionales la situación de los derechos humanos en Cuba.
Para Juan Carlos González Leiva y el resto de la Oposición en Cuba un fuerte abrazo y el compromiso de seguir ayudando y colaborando en todos esos Proyectos y Acciones cuyo único objetivo es el respeto a la Condición Humana y la Libertad.