Por Jorge Sotero
La Habana.- Si las fotos que acompañan este texto se ven en Europa, quienes las estén observando pensarán que se trata de algún barrio insalubre de Accra, en Ghana, o de Puerto Príncipe, en Haití. Incluso, puede que piense que sea en Soweto, en las inmediaciones de Johannesburgo, o en las afueras de Dakar, la capital senegalesa.
Pero no. Son de La Habana, de Cuba. Son fotos de La Cuevita, en San Miguel del Padrón -que no del Ladrón, como dijera un buen amigo ya fallecido- donde los basureros en las calles se han convertido en el pan nuestro de cada día, sin importar el lugar exacto en el que esté ubicado el micro vertedero.
Como verán en las imágenes, a la vera de las montañas de basura, hay personas en fila. Las famosas colas, casi patrimonio exclusivo de Cuba, son para comprar alimentos, y no alimentos enlatados, ni harinas u otras cosas reenvasadas herméticamente. Las colas son para comprar cárnicos.
Al lado de la basura, de las moscas, de los ratones y la peste, se vende carne de cerdo sobre mostradores al aire libre, y también carnero y salchichas. Todo eso a precios inalcanzables para el bolsillo del que trabaja, ya sea como médico o como maestro, ingeniero o científico. Solos los que tienen familiares fuera, algún trabajo donde robar algo, o los miembros de la cúpula dirigente pueden acceder a ciertos alimentos, aunque la clase dirigente no va jamás a La Cuevita.
Estas fotos trascienden unos días después de que en La Dependiente murieran tres personas que llegaron con gusanos en el cuerpo. Y justo cuando las personas de bien esperaban una investigación y un proceso contra los responsables, la cúpula del ministerio de Salud Pública emprendió una cacería para dar, no con los responsables de lo de los gusanos, con quien hizo públicas las fotos. Increíble.
Y lo de las fotos de La Cuevita son apenas una viñeta más de lo que es la Cuba de hoy, la de los Castro que quedan en espera del momento en el que Raúl Castro acabe de estirar la pata e irse al Segundo Frente a que lo guarden en una piedra. El resto tomará camino a Europa, a Italia, donde las propiedades del yerno del general, Paolo Tittolo, han crecido en los últimos años.
Pero también es la Cuba del inepto de Díaz-Canel, del burro de Esteban Lazo, de la papa sin sal de Salvador Valdés Mesa o de esos nonagenarios comandantes de la Sierra que sobreviven pro obra y gracia de la casualidad.