Por Irán Capote
Pinar del Río.- Hay una imagen de mi niñez que se ha hecho muy recurrente. Como si quisiera salir ya hacia mis textos, como si ahora, treinta años después, insistiera en volverse la imagen más importante de mi memoria.
La imagen es un recuerdo hermoso y triste a la vez: Resulta que, cuando mi hermano y yo teníamos tres o cuatro años, mi madre tenía 19 años. Eran los años más duros del Período Especial. Y ya sabemos que en el campo se pasó peor.
Por la escasez de combustible y de electricidad, había que cocinar con leña. Y mi madre, pese a su corta edad, tenía un par de gemelos de los que ocuparse. Mi madre tenía la crisis doblemente.
Siempre ha sido una mujer que no acostumbra a cruzarse de brazos. Ni a esperar a que alguien resuelva nada para ella. Y menos los hombres. Así que, mientras los hombres de la casa se iba al campo a trabajar, ella nos llevaba monte adentro, nos sentaba lejos del hacha y empezaba a derribar un campo de marabú para usar la leña en la cocción del almuerzo.
Yo tenía tres o cuatro años y todavía tengo nítida la imagen de la joven lanzando el hacha entre las espinas del marabú para alimentar a sus hijos.
Ha pasado el tiempo. El marabú sigue en el mismo sitio y el hacha no corta como antes.
Pero la fuerza de los brazos de mi madre sigue ahí, siempre presta para alimentar a los suyos.
Ella es mi orgullo, mi gran amor. Y hoy llega a sus 50 años.
Felicidades, Marielis Capote, he aprendido de esa fuerza para luchar contra las espinas. Con el tiempo también me he aliado al hacha.